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lunes, 24 de julio de 2017

RESTAURANTE LA CLAVE


RESTAURANTE LA CLAVE

Calle Velázquez, 22

Madrid

Teléfono: 910 53 20 31




Una de las calles más señoriales de la capital, alberga desde hace muy poco tiempo un restaurante del que hoy os hablo en mi blog.




Muchos son los elementos que valoro cuando visito un local para escribir una reseña, y La Clave tiene al menos tres fundamentales:

Recupera las recetas tradicionales de la cocina española con una calidad               soberbia, tanto en materia prima como en elaboración.

El trato hacia el cliente es inmejorable.

Y el amplio horario y los distintos ambientes del restaurante, permiten desde un almuerzo a un picoteo informal o un cóctel después del trabajo







Hay una más, que terminó de enamorarme. Pero de esa joya os hablaré al final, igual que se deja el postre para poner la guinda a un delicioso almuerzo.

Magníficamente comunicado, además del transporte público, cuenta con un aparcamiento público cuya salida da directamente al restaurante. Eso también es de agradecer.

Cuatrocientos metros cuadrados, dos plantas, dos salones, un reservado, una terraza y un secreto. Mucho de lo que hablar así que, vayamos por partes.


Nosotros comemos en uno de los salones; amplio y decorado de forma minimalista. Correcto y elegante, pero carente de calidez. Falta color y calor; unas velas, flores frescas o cortinas de encaje blanco a media altura en las ventanas ayudarían bastante. La luz con la que iluminan el espacio, tampoco colabora. Bastante más tenue o pequeñas lamparitas en las mesas pondrían el punto acogedor que invita a alargar la sobremesa y a compartir confidencias. Detalles que marcan la diferencia.



A cambio, compensan con el suelo de madera, mantelería de tela y paredes forradas con delicados motivos florales. Y algo a lo que yo personalmente otorgo mucha importancia: mantienen la suficiente distancia entre las mesas de manera que tu conversación queda en el ámbito de lo privado. Podría parecer un detalle baladí, pero no lo es. Son muchos los restaurantes a los que no he regresado precisamente por esa falta de intimidad, sin poder hablar sin que te escuche el vecino de mesa y, a la vez, enterándote de todo lo que dice él.



Nos recibe Juan Ramón Aparicio y nos atiende con la clase y profesionalidad de quien lleva muchos años en la élite del sector. Encantador, amable y educado.
El menú degustación que nos han preparado consta de los siguientes platos:

Croquetas de pringá, carpaccio de salmón, habitas tiernas con foié, huevos rotos con aceite de trufa, bacalao a la vizcaína y entrecot de vaca gallega.

Croquetas de pringá




Habitas tiernas con foié


Huevos rotos con aceite de trufa



Si dijera que todo es un puro placer para el paladar, me quedaría muy corta. Más bien, activa todos los sentidos. Desde la presentación del plato, pasando por el olor hasta que llegas a saborearlo. No podría decantarme por  ninguno porque todos me han gustado por igual, pero sí hacer hincapié en varias cosas. Las croquetas, ¡cómo se nota cuando son caseras! Realmente exquisitas. La carne, cocinada exactamente al punto, riquísimo sabor, tierna, jugosa y de agradable textura. Los huevos rotos, una auténtica perdición para mí y para todo el que se decida a probarlos. Y lo que más me llamó la atención fue el bacalao. ¿Por qué?

Bacalao a la vizcaína


Sencillamente era el bacalao que preparaba mi madre. En el momento en el que probé el primer bocado, me transporté  a mi adolescencia y recordé, con cariño y nostalgia,  cómo lo dejaba desalando la noche anterior y la forma que me enseñó de elaborar el tomate casero. Por un momento no estaba en la mesa de ese restaurante, sino en casa de mamá, con su vajilla, su olor y su voz. Y esa salsa de tomate artesana, tan idéntica a la de ella…


A veces, la comida posee esa magia. Ese eslabón que enlaza presente con pasado en cuestión de segundos. Solo puedo decir que no había vuelto a probar un bacalao así en los últimos doce años. Este plato, por sí solo, ya merece una visita al lugar.

Debo añadir que volví a almorzar allí una semana después. Iba con un amigo periodista. En esta ocasión decidí probar el pollo de corral con salsa pepitoria y…¡otra vez ese déjà vu! Volvía ser el pollo de mamá. Desde luego si su finalidad era recuperar la comida casera, lo han conseguido con creces. ¡Enhorabuena!


Terminamos con un magnífico arroz con leche, servido de forma muy original, como podéis observar en las fotos que tomé.

Las raciones son muy generosas, por lo que aconsejo ser moderados al pedir si no sois muy comilones, como es mi caso.
 
Arroz con leche de manera asturiana


Juan Ramón nos enseña el resto del local, explicándonos con paciencia cada detalle. La planta de arriba dispone de otros dos salones más. Uno de ellos privado para celebrar comidas de empresa o celebraciones familiares.

El otro, contiguo al que hemos comido y que manteniéndose dentro de la misma línea decorativa, incorpora elementos diferenciadores que dan un giro radical al ambiente. La luz, las sillas tapizadas en tono frambuesa y los sillones en terciopelo. Infinitamente más bonito.




Inevitablemente, tengo que visitar el baño y hacer fotos. Los que me seguís en el blog desde hace tiempo ya conocéis mi querencia por este rincón de los restaurantes. Todo deja de tener importancia, si los baños no alcanzan mis altas expectativas. Por fortuna, en La Clave se cumplen.

Gran espejo y perfecta iluminación en el baño



Paredes con motivos florales. ¡Delicioso!


Detalles en el baño que aportan calidez


Pequeño, pero coqueto. Mármol negro y misma línea de motivos florales en las paredes, acorde con el resto del local. Un amplio espejo (que las mujeres agradecemos), toallitas dentro de un cesto, una buena iluminación y maravillosamente limpio. Mi nota: un 8.


Vamos llegando al final y con él, al lugar que da nombre al sitio. En planta baja nos espera su coctelería. Ubicada en lo que fue una antigua carbonería de principios del siglo XX, el nombre de La Clave proviene precisamente de esa dovela o pieza central que tiene forma de arco o bóveda y que los dueños han querido mantener a mi parecer, de forma acertadísima.




Es sin duda alguna, la joya del local. Tan diferente a la planta superior, que no parece pertenecer al mismo restaurante. Ladrillo visto, sillas forradas de preciosas telas, luz tenue, velas, hornacinas, pequeñas mesitas y una zona con taburetes altos. Ambiente mágico que se respira en cada poro de este delicioso rincón. “El secreto de Velázquez”, así se llama, será inaugurado próximamente y, por supuesto, estoy invitada. Tendréis la crónica completa, tranquilos.




Cóctelería El secreto de Velázquez

De momento podéis disfrutar de él desde las 12 de la mañana hasta las 12 de la noche. Allí se puede almorzar de forma informal, tomar un picoteo rápido, un aperitivo, probar un vino dentro de las más de 60 referencias con las que cuenta o uno de sus cócteles a media tarde.







Juan Ramón nos despide, encantador, invitándonos a venir de nuevo y probar dos de sus platos estrella: el cocido en cuatro vuelcos y el cachopo de merluza. También a disfrutar de su terraza de verano con capacidad para más de 40 personas.

¡Quién se puede negar!

La Clave, un sitio al que siempre hay que volver.










miércoles, 12 de julio de 2017

EVA, SU PORTAL DE CITAS Y LOS QUERUBINES RUBIOS





Mujer, 45 años, atractiva, divorciada sin hijos, profesional liberal pero ser humano sin liberar. ¿Contradictorio? Eso ya lo valorareis vosotros al final de esta entrada que escribo.

Vamos a llamarla Eva, por ejemplo. Más que nada porque ambas nos conocemos y no quiero ofrecer demasiadas pistas. No vaya a ser que me detengan por perfilar un retrato robot de la interfecta tan redondo, que la reconozcáis por la calle.

De carácter cordial pero sin grandes algazaras, ni distante ni cercana, ni empática ni ajena, ni insumisa ni dúctil. Unos pilares, los de su carácter, que parecen hechos a medida para sustentar, acometer y defender la difícil profesión a la que se dedica con éxito. Sin embargo, esos mismos rasgos en su vida personal, son hechuras que no combinan con los deseos de los hombres con los que se relaciona. Hombres cercanos a la cincuentena que arrastran divorcios, hijos, relaciones conflictivas, decepciones, miedos y fantasmas. Hombres que no quieren bises  ni cartas de reclamación. Que no desean pagar más tributos por una relación porque todavía siguen sufragando la hipoteca de todas las anteriores. Hombres que han perdido la ilusión de conquistar a fuego lento. Pero especialmente, hombres que no aspiran a más compromiso que el que te anuda por unas horas de diversión y placer.




Eva lucha cada día, desde hace tres años, contra un inexorable y universal enemigo; el tiempo. Siente que pierde la batalla cada día que pasa. Y le apremian las manillas del reloj y las hormonas. Ambas, con esa insolencia chulesca y retadora de los que se saben vencedores en cualquier tablero. Presiente que el jaque mate está al caer. Y me pregunta con ojos anhelantes si es posible ser madre por primera vez a su edad. Cómo si ella no supiera la respuesta. ¡Claro que lo es! Yo misma soy fruto de una madre que me tuvo con esos años, le contesto. Es la verdad, pero no es menos verdad que cada minuto que pasa es un tiempo infértil y desaprovechado que va generando pérdidas; como esa cuenta bancaria que abriste para no sé qué hace mil años y que por pereza u olvido no cancelas pero que incrementa, sin darte cuenta, los intereses a su favor.

Si yo me encontrara en su situación y deseara ser madre fervientemente, no lo dudaría; me lanzaría a ello en solitario. Y así se lo hago saber. Y Eva, me fustiga con su indignación. ¡De ninguna de las maneras! Ella quiere un marido, una boda, un embarazo y un hijo. Todo previsible y tradicional. Quiere repetir el modelo de sus adorables, aunque anticuados padres, que no conciben que se pueda empezar la casa por el tejado o por el sótano. O simplemente, que no haya casa. Que los tiempos, los esquemas y los patrones de vida y de comportamiento han evolucionado. Y Eva vive ahí, en casa de sus papis. Coaccionada y condicionada. Porque claro, es una mujer adulta, con ideas propias y que gana mucho dinero, pero incapaz de mutilar de una vez por todas el cordón umbilical que conserva con ellos, por temor o por amor. Un cordón que hace tiempo ya que dejó de aportar nutrientes para convertirse en un principio de célula cancerígena.

La mujer que sale cada día a devorarse el mundo con su cerebro privilegiado, es la misma que no sabe utilizarlo para desertar, para soltar lastre, para romper obstáculos…Incapaz de tomar la decisión de ser madre sin un hombre al lado, por el qué dirán de unas mentes encorsetadas que han terminado por aniquilar la suya. Aunque la última y única responsable de no cumplir su sueño, es ella y nadie más.

Hoy, igual que cada día, Eva llega a casa tras una larguísima y dura jornada de trabajo. Enciende el ordenador y revisa todas las peticiones de hombres que han llegado a su correo. Está inscrita en tres páginas punteras de contactos. En ellas aparece con pose de diva, escote de vértigo y mirada libidinosa. Probablemente ni sus más cercanos la identificarían en esa foto que está en la antípodas del estilo que luce a diario; clásico, monjil y hasta con un punto paleto. Irreconocible.

Desde que se inscribió, hace tres años, ha tenido citas reales con una media de 10/12 hombres al año. Le duran un mes o dos. Tres a lo sumo. Es una experta en el arte de la seducción y el sexo y por ahí se dejan atrapar. Pero le pierde la impaciencia  y en cuanto deja entrever que lo suyo es un anillo de oro y querubines rubios correteando por el jardín, los señores salen huyendo para no volver.

Ayer cumplió 46. Y en las redes sociales aparecía una Eva sonriente y radiante dando las gracias a todos los que la felicitaban. Aseverando una y mil veces lo feliz que era, el momento maravilloso que atravesaba y todos los proyectos que tenía en marcha.

Sonreía abiertamente. Ese tipo de sonrisa que lleva implícita una petición urgente de socorro.


Texto propiedad de Susana Cañil
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