Recibo
una media diaria de 20 solicitudes de amistad en mi cuenta de Facebook. Reviso
sus perfiles uno a uno antes de presionar el botón de aceptar. Es decir, no me
mueve, ni de lejos, la ambición de acumular seguidores por postureo, provecho o
vanidad. No me interesa una plétora de nombres exentos de apellidos, un caudal
de forasteros que no aporten, ni un exceso de muchedumbre perdida en el
anonimato lo mismo que un transeúnte en la vía principal de cualquier metrópoli.
Dicho
esto, os confieso que observo con lupa la foto de perfil, el nombre, a qué se
dedica, qué tipo de fotos y contenidos comparte,
qué amigos tenemos en común, etc…Cualquier indicio que me pueda ofrecer una
pista, medianamente fiable, de que es un ser que se desliza dentro de unos
parámetros que lindan con la normalidad. Aun así, siempre hay alguno que escapa a mi
instinto. Pequeños errores que suelo solventar rápidamente, por fortuna.
Y
es en ese momento, cuando pondero con despego
e imparcialidad (o al menos, lo intento) todas esas señales que te
atraviesan el cerebro en décimas de
segundo cuando ves la foto del sujeto por primera vez. Esa imagen que cada uno elige
para presentarse ante el mundo. Unos de forma muy acertada y otros, de manera
absolutamente desafortunada. Por supuesto, todo desde mi particular y subjetivo
prisma, pero también desde la lógica más aplastante.
Tendemos
a pensar, erróneamente, que esa foto solo la verá tu círculo más cercano. No es
así. Nunca sabrás las retinas que la escanearán y el interés o rechazo que puedes generar con esa portada. Si os pararais a reflexionar
apenas unos instantes, seguro que muchos de vosotros la cambiaríais de
inmediato.
Vaya
por delante mi respeto a que cada uno elija libremente su retrato, pero yo
también exijo ese mismo respeto cuando hago uso de mi libertad, de mi criterio
y de mis gustos personales para decidir, en pocos segundos, si va a formar
parte de mis camaradas virtuales o no. Aunque lo que realmente siempre decide,
es mi intuición.
Cuando
conoces a alguien en persona, tienes la oportunidad de evaluar cara a cara a
ese individuo. Sus gestos, su voz, su manera de mirar, su comportamiento, sus
modales…Indudablemente no son señales infalibles con las que puedas forjarte
una impresión certera y definitiva, pero es bien cierto que hay personas que te
desencadenan un rechazo instantáneo o todo lo contrario. Es decir, hay razones
objetivas para tener al menos una opinión limítrofe con la realidad que incline
la balanza en un sentido u otro.
En
el caso de las redes sociales esa situación se torna inviable y lo único que
puedes evaluar es esa dichosa foto de perfil que se convierte en tu inmediata
carta de presentación.
Podría
escribir un libro con muchas de las recibo a diario; fotos hechas en el cuarto
de baño, ahí con las cortinillas de pulpos de fondo, medio desnudos marcando musculitos, con un
cuchillo jamonero en el pecho, portando armas, lavándose los dientes, sujetando
el Corán, envueltos en látigos y cueros, haciendo el payaso o muecas extrañas, con
aspecto de locos o con pinta de recién escapados
de la serie “Prison Break”, con dibujos animados o citas bíblicas. Puedo continuar,
pero seguro que los que hayáis leído hasta aquí, ya habéis captado la idea.
En
la sección fauna y flora tenemos a los que consideran que su perro, gato,
mandril o su planta favorita, ya sea un
cactus o el manojo de perejil que utiliza para cocinar alcanza el estatus óptimo
para figurar en esa foto. ¡No! De ninguna de las maneras. Esto es una red
social destinada a que los humanos se comuniquen, intercambien ideas,
conocimientos, risas, amistad y lo que se tercie, siempre sin sobrepasar el
perímetro del respeto y la buena educación. Lamentablemente, esto no siempre sucede.
La foto de tu sapo de Borneo con pedigrí, por mucho que sea el amor de tu vida,
no tiene cabida ahí y deberían prohibir tajantemente cualquier perfil cuya
imagen identificativa no sea la de un ser humano.
Por
supuesto, en las prohibiciones también incluiría a todos los que no aportan foto de ningún tipo, las que atentan
contra el honor y el mínimo buen gusto, las que incitan al odio y/o a la
violencia, toda imagen que incluya a un menor y cualquiera que vaya destilando el más mínimo
rastro de falta de veracidad. De este modo ya habríamos liquidado a un buen
porcentaje, que buena falta hace.
No
comprendo muy bien a todos los que incluyen foto en la que se les ve de
espaldas, a lo lejos o solo permiten ver medio rostro. La sensación que me
transmiten es de falta de transparencia. ¿Qué quieren ocultar? A no ser que sea
alguien a quien conozca, no suelo aceptar estos perfiles.
Navegamos
ahora por la siempre incomprensible para mí, y supongo que para muchos más, “sección
parejitas”. Nunca he concebido un perfil
social así, exceptuando cuando se tiene un negocio o empresa en común. Me
parece absurdo, ridículo y exento de madurez y seriedad. Puedo pasarlo por alto
cuando eres poco más que un adolescente, pero más allá de ese límite, soy
implacable. ¡Es una mamarrachada! Tu pareja no es una prolongación de ti. Es
obligado poseer una vida al margen, por muy bien que te lleves con ella, con
tus gustos, tus aficiones, tus ideas y con tus propias amistades que no tienen
por qué ser las mismas. En definitiva, defender tu identidad por encima de
cualquier cosa.
Exponer
continuamente lo feliz que eres no hace más que devaluar tu relación igual que
si participaras en un mercadillo de baratijas. Publicar de forma continuada
fotos de besos, cenas, promesas de amor eterno y cualquier pormenor sobre tu
relación, aburre y cansa al personal. Por favor, dejemos de lado el postureo y
que el sentido común y la elegancia sean los anfitriones que manejen la fiesta.
Las
parejas que más alardean de su relación suelen ser las más inseguras y con la
autoestima más baja. Y esto no lo digo yo, sino estudios realizados
recientemente a propósito de ciertos hábitos que se repiten en las redes sociales
de forma sistemática. Además, deberíamos
ser conscientes de que todo lo publicado en la comunidad virtual ahí queda, In Saecula Saeculorum. Reflexionemos
sobre ello, teniendo muy en cuenta que la mayoría de las veces esos amores de
película suelen durar menos que lo se tarda en visionarla.
Por
último, hablar de qué imagen escogemos cuando lo que queremos es dar a conocer
una empresa, actividad o negocio que tengamos. Y ahí sí que es más que
conveniente, yo diría obligado, invertir en seriedad. Debe quedar muy claro que
detrás de ese negocio hay una persona física y de ese modo asociar el logotipo
de tu empresa a un rostro. ¿Pero qué imagen escoger? Hace poco buscaba yo un
determinado tipo de empresa para que me hicieran un trabajo. No voy a decir de
qué sector para que nadie pueda sentirse herido. Cuando por fin después de ver
varias opciones me decanté por una y vi
la foto de perfil que la dueña tiene en Facebook, salí huyendo como alma que
lleva el diablo. Con esa imagen lo único que hice fue cuestionar de inmediato
su profesionalidad. ¿Precipitado? Tal vez. Un rimbombante nombre para su negocio
que no combinaba con la imagen chabacana y jifera que mostraba. Mi primera
sensación fue pensar que tenía trazas indiscutibles de loca. Más tarde inspeccioné
el resto de sus perfiles en las redes y mis sospechas se confirmaron.
¿Resultado? Pérdida de clientes.
De
las descripciones que aportan o el nombre ficticio que escogen para asomarse a
esa ventana infinita que es el universo virtual, hablaré en otra entrada,
porque el tema da para varios volúmenes.
Texto escrito por Susana Cañil. Derechos Reservados.
Texto escrito por Susana Cañil. Derechos Reservados.