TIEMPO DE DESCUENTO
Escribo
esta reflexión el día que me entero del fallecimiento del cantante George
Michael a los 53 años. Y claro, me da por pensar. Mal asunto el de pensar.
Imaginaos
por un momento que os anuncian que os quedan tres, seis o doce meses de vida.
Ya, ya. Sé lo que estáis pensando, pero no. Con esta entrada no pretendo
desatar ríos de lágrimas ni encharcaros
de penas. Nada de dramatismo gratuito ni es mi intención hacer aflorar vuestro
lado más sensiblero y menos en mi última entrada del año. Muy al contrario. Lo
que deseo es que hoy escalemos juntos la
montaña por el lado más escarpado; el de la realidad y del más puro
pragmatismo. Y si me apuráis, además de arneses, mosquetones y piolet, podemos añadir a nuestra mochila de
supervivencia un poco de egoísmo camuflado en una tableta de chocolate.
Solo
digo que os pongáis en esa tesitura, que por otra parte tampoco es algo
imposible aunque, por supuesto, no deseable.
Tras
el impacto inicial, estoy segura de que todos nosotros, aparte de focalizar
toda nuestra energía en tratar de hacer cambiar de parecer al destino y con
suerte esquivar un final previsible, dejaríamos de lado muchas cosas, personas,
sentimientos y actividades que no sabemos que nos sobran, pero que así es. ¿O sí lo sabemos y no obramos en consecuencia?
Tiendo a pensar en ésta última opción, por desgracia, como la más probable.
Vivimos
rodeados de excedentes, despojos y secundarios. De vacíos envueltos en un hermoso papel brillante. De accesorios
innecesarios que vamos acumulando sin ton ni son pero que cada día nos despluman,
sin darnos cuenta, de un poquito del oxígeno que necesitamos para respirar. Nos
consume la cantidad ingente de tiempo, energía y esfuerzo dedicados a personas
que no lo merecen, a ocupaciones que no nos satisfacen, a titánicos esfuerzos
labrados sobre tierras que sabemos de antemano infértiles, a estúpidas batallas en las que solo ganaremos
la medalla al más tonto del barrio. Y los vamos introduciendo en ese cajón,
como hacemos con los calcetines, que aun cuando ya está rebosante, nosotros
seguimos empujando para hacer sitio como si el cajón fuera infinito o el
bolsito mágico de Tinky Winky.
Propongo confeccionar una lista con cosas,
actividades y personas de las que podríamos prescindir tranquilamente y no
echaríamos de menos ni medio segundo. Ganaríamos un tiempo precioso para
dedicarlo a lo que nos hace feliz de verdad.
Eso sí, hay que ser valiente y hacer esa lista
con el corazón, desde las entrañas. No vale engañarse a uno mismo.
Pero yo me pregunto, ¿por qué tenemos que
esperar a vivir situaciones límite para darnos cuenta de algo tan sencillo?
Si
tan solo nos quedara ese tiempo de vida, pensad:
¿Qué
cosas dejaríamos de hacer de forma inmediata?
¿A
cuántas personas no volveríamos a ver
sin ningún tipo de arrepentimiento? Y en este apartado incluyo miembros de
nuestra familia.
¿Cuántas
veces al día diríamos “te quiero” a quien se lo merece?
¿Haríamos
recuento de amigos? Y en tal caso, ¿cuántos de verdad quedarían etiquetados en
esa noble, escasa y privilegiada categoría? A mí me da miedo hasta pensarlo.
¿A
qué nos atreveríamos sabiendo que ya no hay nada más inestimable que perder que
la propia vida?
¿Aparcaríamos ese orgullo que a veces nos corroe y nos guía erróneamente para hacer lo que realmente nos grita el corazón?
Estoy
segura de que prescindiríamos de estúpidos enfrentamientos que nunca conducen a
nada positivo. La mayor parte de lo que hoy
nos parece conveniente, valioso, primario, se tornaría en décimas de segundo en
un saco de irrelevantes anécdotas para tirar en el contenedor de los residuos
tóxicos.
Pensemos,
pues, con esa mentalidad, como si estuviéramos en tiempo de descuento. Un tiempo que no puede
malgastarse porque nos pisa los talones. El tiempo, ese canalla, un despiadado asesino en serie que ha decidido que tú
serás su próxima víctima. Con esa certidumbre entre las manos, nosotros elegimos cómo vamos a vivir. No podemos convertirnos en eternos ni detener su paso, pero sí tenemos la potestad para decidir cómo y a quién le regalamos ese preciado tesoro llamado tiempo.
Si esperamos el momento ideal, las
circunstancias propicias y el alineamiento perfecto de todos los planetas para
afrontar, emprender, cambiar, romper, modificar o mandar al mismísimo carajo a
algo o a alguien, nunca lo encontraremos. Siempre nos devorará esa vorágine en la que vivimos inmersos, preñada de amistades por compromiso, de intercambio de hipocresías, de consejos que no has solicitado, de metas que te son ajenas, de gente anónima que, misteriosamente, pulula por tu vida a diario invadiendo tu intimidad sin ningún escrúpulo.
¿Cuántas veces nos hemos preguntado este año a nosotros mismos "pero qué coño hago aquí"?
Siempre habrá una excusa, un freno, una duda, miedos e incertidumbres que, en el fondo, y todos lo sabemos, son excusas tras las que nos parapetamos. Mentiras y más mentiras, que a fuerza de repetírnoslas, terminamos creyendo y que nos reviste de una aparente y frágil capa de seguridad. Un barniz tan inconsistente y espurio, que con un solo soplido, se desintegra.
Los cambios hay que provocarlos y en esos desafíos, encontraremos, con toda probabilidad, la llave que abre mil puertas que desconocíamos que existieran.
¡Sé valiente, joder! Coge un bloc y redacta
esa lista. Pero sobre todo, actúa en consecuencia. Formúlate preguntas, plantéate
cambios, muda el color de tu mirada, pulveriza barreras y lánzate al vacío sin
paracaídas. Rechaza imitaciones y versiones, que sólo la original sea tu
banda sonora.
Piensa en lo que te llena y te hace feliz de verdad. Y lucha
por ello.
Nunca es tarde para rectificar porque "ojalá" es mi palabra. La palabra en la que sigo creyendo más que en cualquier dios.
Hay que vivir como si la vida fuera un acreedor acechándote desde cada esquina, dispuesta a todo por devengar su deuda.
Hay que vivir como si la vida fuera un acreedor acechándote desde cada esquina, dispuesta a todo por devengar su deuda.
¿Te atreves? Yo sí. Desde hace tiempo.
Os deseo un año 2017 con una libreta, un bolígrafo y muchas intenciones.