ZOMBIES
Esa gente que opta por cómodas alianzas en vez de por enfrentamientos
sinceros.
Que prefiere cuevas seguras y cálidas en donde nunca acontezca nada, a hogares que parezcan hoy una verbena y
mañana un manicomio, pero siempre una descarga eléctrica de vida.
Esas personas que eligen transitar por una existencia lineal a tener que
abonar el oneroso arancel de vivir en
una montaña rusa.
Que prefieren compartir su vida con una persona por la que no sienten
nada, al desafío de tener que amar a alguien de verdad con todas sus
consecuencias, porque eso significa que habrá momentos de dolor, desazón y
fluctuaciones.
Los que presumen de ser arriesgados porque surcan un océano en calma durante
un crucero vacacional, cuando los verdaderos valientes lo atravesamos en una rudimentaria balsa y bajo la tormenta del
siglo, dispuestos a fenecer si la causa nos parece apropiada.
Los que mienten una y otra vez, a sí mismos y a los demás, haciendo del
disimulo toda una filosofía de vida y del subterfugio su espuria coraza. Y además,
insultan la inteligencia ajena pensando que el resto se lo cree solo porque,
prudentemente, silencian.
Los que por temor no expresan lo que sienten, no sea que el otro no
comparta las mismas emociones y quede por tonto. ¡Cómo si eso fuera lo
importante!
A los que por un orgullo mal entendido no dan el primer paso y se quedan
sin saber para siempre qué hubiera sucedido en caso de hacerlo. Y lo más grave,
como hubiese transformado su existencia esa palabra, ese beso, esa llamada, ese
mensaje, ese intento, esa disculpa…Ese “no me rindo”.
Los que se refugian entre amistades de interés, su particular coro de
palmeros, porque de ellos siempre escucharán todo lo que desean oír, ya que la
verdad es una invitada demasiado
incómoda para que se quede a cenar.
Esos cuyas vidas están preñadas de actividades y personas que ocupan
espacio pero no llenan vacíos.
Los que confunden deliberadamente excusas con razones para no afrontar
la realidad y tener un lujoso y falso titular en el que apoyarse.
Los que culpan al destino, a la fatalidad, al horóscopo, al vecino, al jefe, a la virgen del botijo o
al sursuncorda de sus desatinos, sus carencias,
sus limitaciones y sus temores en una suerte de ejercicio diario, estéril,
inicuo y perezoso, con tal que no mirarse al espejo y presentarse.
Los que solo saltan con red, los que nadan en la orilla, los que
colorean sin salirse de la línea, los que rechazan la belleza de lo imperfecto,
los que apuestan solo si saben que van a ganar, los que tienen querencia a su
zona de confort, los que no infringen normas, los que nunca pierden los papeles ni asaltan jardines,
los que llevan paraguas en agosto, los que nunca improvisan ni franquean
vallas, los que no acceden por puerta traseras ni se cuelan en el metro, los
que solo viajan con billete de ida y vuelta, los que no creen en la magia, los
que viven con un corazón artificial y guardan otro de repuesto en la nevera.
Muchos. Demasiados…Por cobardía o por miedo, que viene a ser lo mismo.
Zombies. Muertos en vida, los llamaba mi madre. Gente que ha perdido la
capacidad de ilusionarse y de pelear. Que prefiere dejarse abrazar por la
rutina y el tedio porque es más cómodo que tener que palpitar y menos
doliente.
Que no se trata de ser temerario, sino valiente. Pero es que la valentía
es un valor que no cotiza en bolsa, ni se hereda, ni puntúa, ni cuenta como un
plus en tu nómina, ni te asegura un sitio en el cielo, ni te procura
dividendos. La valentía no es tendencia. El riesgo, el arrojo y el coraje son
los ingredientes del puchero donde se nutren los valientes. Y para los que no
lo son, esa mixtura les provoca una severa alergia, en los casos más leves y
muerte súbita en los corazones más pusilánimes. Ya he visto a varios morir así
y los que me quedan.
La cobardía de escoger vivir en reposo, sin altibajos, sin portazos al
corazón. Esa existencia gris vecina de rellano de la muerte. El horrible caos
de vivir en calma.
Yo prefiero vivir sin hacer pie.