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viernes, 10 de julio de 2015

TRIBUS

Me ocurre con más frecuencia de la que desearía, lo que me lleva a pensar si el mundo está loco o la loca soy yo.

Entrar en un sitio al que te han invitado y tener la sensación, desde el minuto uno, de que no encajas allí. De que estás totalmente fuera de lugar. Un incómodo anacronismo que me acompaña desde hace un tiempo y en los últimos meses, con más asiduidad.
Miro a mi alrededor, inquieta y queriendo salir corriendo, pero mi acompañante me frena. Intento encontrar un nexo de unión con los asistentes, mejor dicho, con las asistentes porque todas son mujeres. Despliego mi poca paciencia, deseando mimetizarme con el ambiente y pasar inadvertida. Es obvio que no lo consigo. Solo con ver la fauna que por allí circula, hormonadas, con un índice cefálico de meno cero, chabacanas, fanáticas seguidoras del motivo por el que están allí reunidas, está clarísimo que la "rara" soy yo.

Cuando comienza el espectáculo, porque claro, aquello no puede tildarse de ninguna otra manera, me revuelvo nerviosa e impaciente en mi asiento. A estas alturas mi acompañante ya sabe que no aguanto ni medio segundo más allí. Ya tengo echado el ojo a la puerta de salida, pero las buenas formas me impiden abandonar aquel circo hasta que no haya un intermedio en el que me pueda escabullir con clase.

Al final lo hago. Me largo de allí como alma que lleva el diablo, una hora y media antes de que acabe esa feria de  feroces cotorras  con las que no tengo nada que ver, ni mucho menos escuchar.
Cada día me siento más alejada de ciertos comportamientos y colectivos, que nada tienen que ver conmigo, nada me aportan y que, de pertenecer a ellos, solo deslucirían la imagen que tanto me ha costado tener.
Hay mujeres que jugamos en otra liga.


Salimos de allí y durante tres horas, comparto con dos amigos charla inteligente, chispeante, divertida, propia de mentes bien amuebladas. Hablamos de política, de música, de sexo, de libros y de "chonis", ¡claro! Esa fauna sobre la que tengo que hablar en una larga entrada en mi blog.
Y vuelvo a casa, feliz y renovada, sabiendo con certeza que estoy donde y con quien quiero estar en cada momento, aunque eso tenga un precio muy alto.



Por cierto, como experiencia extrasensorial, no la recomiendo.



1 comentario:

  1. No es cuestión de atender a superficiales necesidades para conocer las vías de evacuación en caso de un incendio o algo así; ya que parece que en el campo social hay cosas peores... Hay que saber dónde han colocado la bendita puerta de salida para este tipo de encuentros que describes.

    ¿Encajar? Creo que es algo difícil de conseguir. Siempre me he considerado un raro. Quizá no un lobo solitario al 100%, pero nunca me he sentido motivado a formar parte de un grupillo o tribu. Creo que alguien con dos dedos de frente (con un índice cefálico de media salud (te copio lo de índice cefálico ya para siempre)) se niega a ver el mundo de un color o dos; a sentirse atraído hacia una cosa y nada más. Creo que esa masa es un síntoma de involución.

    Y lo de no encajar en un lugar a veces no es culpa de nosotros, sino de la propia gente que ya está allí antes que tú, que marca distancias contigo de forma inconsciente o no. El caso más estrafalario me sucedió hace ya unos cuantos años. Por aquel entonces era amigo de una chica a la que los hombres le habían hecho tanto daño en el terreno sentimental que, salvo excepciones como la mía, solo aceptaba trato con homosexuales. Lo malo del tema es que sus amigos eran especímenes de museo y no lo digo por prejuicio (pues es un postjuicio); que de todo hay en la viña del señor. Bien, pues en un momento dado yo era el único heterosexual y el raro del grupo y me lo hicieron saber desde el comienzo. Y yo, "pues qué guay; como si a mi me importara que os rompan el culo o no para tener una conversación...". Es un caso y nada más.

    Supongo que la gracia es que no estamos hechos para encajar en macrogrupos, macrotribus, etc.. Y los que sí, no son más que ovejitas perdiditas sin personalidad propia.

    Un saludico!

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