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jueves, 19 de marzo de 2020

BUSCÁIS MAL; LO EXTRAORDINARIO RESIDE EN LO COTIDIANO.



Llevo un rato largo dando vueltas en la cama sin poder dormir. Son las 3:42 de la mañana y decido aprovechar mi estado de vigilia para hacer lo que mejor se me da, escribir. Ordeno a mis dedos que surquen veloces las letras del teclado de mi ordenador, y a mi mente que no tropiece hoy con la falta de inspiración, pues son muchas las reflexiones que quiero plasmar.




Esta crisis sanitaria global y sin precedentes del coronavirus en la que nos hallamos inmersos, debería hacernos recapacitar de forma inmediata sobre los valores en los que nos apoyamos para transitar por la vida. Me decía un amigo días atrás que este tipo de situaciones hacen aflorar lo peor  y lo mejor del ser humano; le dije que no estaba de acuerdo. La esencia del ser humano siempre es la misma, al margen de los acontecimientos. Los malos, los egoístas, los arrogantes, los amorales, la chusma, la tarasca inhumana…esos van a seguir sin modificar ni una coma de su comportamiento. Tratarán de sobrevivir a costa de lo que sea, manteniéndose a salvo (o eso creen ellos) dentro de su anticuado y quebradizo caparazón, más rancio que el abolengo. La brújula de su moral sólo les indica un camino; el de su ombligo. Una caterva de ingratos e indolentes  que suele tener muchas máximas, siendo tan mínimos. Hedonistas con brillo de garrafón. Los vemos a diario en las redes sociales, ahora que estamos, incluso, más pendientes de ellas; los que salen a correr, montan fiestas, a pasear en bicicleta, a arrasar en el supermercado hasta con lo que no necesitan, los que pasean una mascota de peluche o se bañan en una piscina pública, sin respetar la consigna de quedarse en casa. Si su vida les importa una mierda, imaginaos las ajenas. Siempre hay un tonto de guardia.

Otro ejemplo es nuestra nauseabunda clase política, que en vez de permanecer unidos, para sacar a flote a la gran nación que es España, sólo piensa en su arribismo de burdel, su mórbido ego y en cómo salvaguardar  sus sueldos y sus poltronas con el único fin de convertirlos en vitalicios.  Sus discursos nacen con vocación de tesis doctoral con sobresaliente Cum Laude, pero se quedan en apenas unos garabatos escritos en papel higiénico de marca blanca. Y nunca mejor dicho. Individuos incapaces de empatizar con causas ni personas. Para ellos, la mentira es su filosofía de vida, la humildad el traje de los pobres y el corazón de los demás su particular retrete.

Y de la testa coronada ya ni hablo. Dándonos consejos desde su plácida y ventajosa burbuja, desde esa atalaya con la que se cree por encima del bien y el mal, con un discurso ñoño, perezoso, fuera de tiempo y preñado de demagogia de saldo que no me transmite ninguna tranquilidad y toda la intranquilidad. ¿Con qué autoridad moral se dirige a los españoles cuando guarda tanta inmundicia en la trastienda?  Estuve a punto de sacar el árbol de navidad y cantar un villancico. Que donen a la ciencia algo de su patrimonio. Sus cuerpos no, gracias. A ver si mejoramos las generaciones venideras.
Todos estos indeseables no calibran que esta vez viajamos bien juntitos en la misma patera, vestidos de gris ceniciento y con la diana pintada en la frente. Políticos, deportistas, actores, la chica del súper, tu vecino del quinto, emperadores o mendigos. Todos, por fin, con las mismas posibilidades; las de enfermar. Ahora somos un poco África, con sus epidemias, su hambruna, sus calamidades…esas que contemplábamos con aire de superioridad desde nuestro confortable sofá pensando en lo lejos que nos pillaba todo. Ahora, el azote es mundial. Han sacado a ventilar la alfombra y los piojos nos han alcanzado, a pesar de que  no saben volar.
Y aquí sí hago distinciones. El inteligente sabrá percibir la trascendencia tan grande de este momento y practicar una cura de humildad.  Los limpios de alma, sabrán reconducir comportamientos, agradecer esas pequeñeces de la vida a las que no solemos dar importancia, hasta que las perdemos; dar un paseo, sentarte en una terraza al sol, viajar, ir al cine o a un concierto, salir el domingo al Rastro madrileño, estar con tus amigos o con tu amor, hasta discutir (con la consiguiente reconciliación) se me antoja una belleza. Desde siempre he mantenido mi particular discurso de que sólo hay dos cosas importantes en la vida: la salud y los afectos. Ahora más que nunca me reafirmo en ello.
La vida nos ha penalizado con tarjeta roja, en clave de aviso, en múltiples ocasiones y nosotros haciendo la vista gorda. Nos hemos burlado de ella. En justo castigo a nuestro desdén, nos envía esta plaga con posdata adjunta: “Ahí os apañéis, humanos. A ver cómo salís de esta”. Nos ha mostrado, en una única clase magistral, lo vulnerables que somos. El desafío está servido.
Nadie imagino jamás vivir una debacle de este calibre. Todo lo que nos parecía hercúleo  se ha tambaleado. Hoy, sin espectáculos, ni cines, ni fútbol, ni bares, sin centros comerciales en los que gastar dinero en cosas absolutamente prescindibles, sin salida de emergencia, nos toca vivir mar adentro y fabricar nuestra propia fuente de felicidad. Nos han extirpado la prisa y ahora no sabemos vivir. ¡Qué torpes somos!
Es mucho lo que se puede hacer. A menudo, lo que nos salva de las catástrofes personales son los pequeños gestos y no las grandes gestas. Llama a tus amigos y familiares; preocúpate por ellos y ocúpate de ellos. Hazle la compra a tu anciano vecino o saca a pasear a su perro si él no puede. Regala tus libros, tu música, tu risa o tus letras. Reparte alegría y aísla el egoísmo. Todo suma. Todo es importante. Toda colaboración es bienvenida siempre que nazca del corazón, siempre que sea auténtica y sentida, porque entonces, será eficaz  y perdurable en el tiempo.
Y cuando volvamos a nuestra vida normal, recuerda dar las gracias cada día por todo lo bueno que tenemos que parece invisible, pero no lo es. Será una victoria pírrica, pero aniquilaremos al enemigo, no me cabe duda.
Y recordad: lo extraordinario habita en lo cotidiano. No perdáis el tiempo buscando dónde no es.

Autora el texto: Susana Cañil
Todos los derechos reservados







viernes, 4 de agosto de 2017

RESEÑA DE "LO QUE ELLA DIGA" de Rafael Caunedo



El protagonista de esta historia se llama Santiago, pero bien podría llevar el nombre de cualquiera de nosotros. Nadie está exento de que nos pueda suceder lo que nos cuenta el autor en su novela “Lo que ella diga”.




Un título muy acorde con lo que nos vamos a encontrar nada más zambullirnos en el libro porque ella, la ELA, es la que gobierna, condiciona, hostiga y, al final, doblega no solo a su protagonista sino al resto de los personajes principales que en él aparecen; es obvio que aquí no hay secundarios.

La Esclerosis Lateral Amiotrófica es una enfermedad degenerativa que afecta a las células nerviosas situadas en la parte lateral de la médula espinal y que son las responsables del control de movimientos. Cuando estas células, llamadas motoneuronas, disminuyen su funcionamiento, provocan una parálisis muscular progresiva de pronóstico mortal. La esperanza de vida tras el diagnóstico suele ser de unos cinco años en los casos en los que la enfermedad se presenta en su versión más virulenta.

La lectura comienza poniendo al lector en antecedentes sobre cómo es la vida del protagonista hasta el momento en el que la enfermedad hace acto de presencia; sus amigos, su familia, sus estudios, su posición económica, su matrimonio y su trabajo. Y sobre todo, su pasión por el deporte. Un hombre absolutamente privilegiado en todas las vertientes de su vida. Tal vez por ello, o a pesar de ello, el impacto sobre el lector cuando recibe la noticia resulta todavía más demoledor.

Caunedo va incorporando a los personajes de manera natural, sin exigencias. Y los describe con detalle, realistas, próximos y bien perfilados, tanto su continente como su contenido. De esta manera, moldeas una idea  tan real en tu cabeza, que cada vez que irrumpe uno en escena, eres capaz de imaginarlo igual que un holograma sentado en tu salón. Es como si jugara con el lector y se adelantara a él con una sola idea: provocar una sensación de cercanía y familiaridad de tal calado que al final, mientras dura la lectura, tanto la familia como los amigos de Santiago se convierten en los tuyos por derecho propio y por sutil, pero eficaz, imposición del autor. Personalmente me gustan los autores que describen así a sus personajes, que no pasan de puntillas por ellos y que se centran exclusivamente en la trama. Una historia va zurcida indefectiblemente a unos personajes. Lo uno no existiría sin lo otro. Pero, por supuesto, aquí entran en juego mis gustos personales, tanto en mi faceta de lectora como de escritora.

Y de esta manera nos va deslizando por la historia con elegancia, sin altibajos ni sobresaltos. Nos habla de la enfermedad y de sus consecuencias a corto y medio plazo sin omitir lo importante, pero sin profusión de explicaciones irrelevantes o morbosas que lo único  que hubieran conseguido sería aniquilar de un plumazo la cualidad de exquisito a un libro que lo es.  

El autor pretende emocionar, acercar y concienciar. Y en su plano más pedagógico, mostrarnos un poco, la punta del iceberg, de una perversa y devastadora dolencia que jamás tiene un final feliz. Y lo consigue. Al menos en mi caso, así ha sido. Sabía de la ELA lo que la inmensa mayoría de la gente cuando no hay un caso que te toque la fibra de cerca. Así somos los humanos. Lo poco que lees, los casos que son noticia en la televisión y alguna información periférica de amigos o familiares que conocen a alguien que atraviesa por ese drama. Este libro me ha hecho consultar páginas dedicadas a esta enfermedad, querer saber más sobre ella y ante todo, volver a tomar conciencia de algo que todos deberíamos tener muy presente cada día que amanece: la salud es por encima de todo, lo más importante que tenemos en nuestra cuenta corriente de la vida. Sin ella, todo lo demás ni existe ni tiene valor alguno. Escenas cotidianas como pasear, sonarse la nariz, leer, llamar al ascensor o comer, se convierten en abismos insalvables para Santi. ¿No os parece suficiente motivo para pararse a pensar unos minutos en lo verdaderamente importante?

Y al hilo de esta reflexión, el autor nos relata como la ELA  pone el mundo de Santi, y el de todos los que le rodean, del derecho y del revés. Boca arriba y boca abajo. Y la pluma de Caunedo se desliza por las páginas describiendo con la precisión de un cirujano las etapas de esa maldita enfermedad: la incertidumbre, la angustia, el miedo, el sufrimiento, la impaciencia, las transformaciones en el carácter, el deterioro físico y emocional y los inevitables daños colaterales. Una amalgama de emociones que sacuden tu interior como un tsunami. Eso sí, el autor ha tenido la inteligencia y la sensibilidad de no sucumbir a la ñoñería, añadiendo dosis extra de dramatismo ni sentimentalismo de saldo. De hecho, yo no he derramado ni una sola lágrima. Y no, no es que  yo sea fría, indolente o inhumana. Es que ha conseguido algo más poderoso y turbador. Desde las primeras páginas el texto, en clara confabulación con el autor, te está pidiendo que atesores todo el aire que puedas, porque es el único del que vas a disponer durante el tiempo que dure la lectura, que en mi caso fue apenas un día y medio. Leer sabiendo que te falta el oxígeno y que no vas a contar ni con respiración artificial de urgencia.

A medida que avanzas en su lectura has pasado por todo el abanico de estados anímicos posibles, has sido Santi durante un día y medio, pero también has sido Celia, Laura, Gonzalo, Joaquín, Aitana…Te has puesto en la piel de todos y cada uno de los personajes y te has preguntado una y mil veces qué harías tú en su lugar sin llegar, claro está, a ninguna conclusión solvente.

Cuando llegas al final, que no por conocerlo desde inicio deja de ser un balazo en el alma cargado de tristura, recuperas de golpe el aire y el ánimo. Y suspiras. Y en ese suspiro va una mixtura de sentimientos contradictorios; no deseas que se muera, pero sabes que morir es el único final.  Un final tan necesario como redentor.

Toda la tragedia que puede encerrar este libro queda absolutamente compensada con la calidad humana que reflejan los personajes. Su generosidad, sus principios inamovibles, su empatía, el amor,  la renuncia a su propia felicidad, la integridad y la entrega incondicional para que el último trayecto de Santi sea digno y pacífico. Harta de leer y ver comportamientos atroces en la gente, esta historia es, paradójicamente, un soplo de aire fresco que me hace recuperar un poquito la fe en el ser humano y que vuelve a ubicar mis prioridades en su legítimo lugar. Suficientes motivos para recomendar con énfasis su lectura.

Es el primer libro de Rafael Caunedo que leo, pero le seguiré la pista muy de cerca.