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viernes, 30 de diciembre de 2016

TIEMPO DE DESCUENTO


TIEMPO DE DESCUENTO



Escribo esta reflexión el día que me entero del fallecimiento del cantante George Michael a los 53 años. Y claro, me da por pensar. Mal asunto el de pensar.

Imaginaos por un momento que os anuncian que os quedan tres, seis o doce meses de vida. Ya, ya. Sé lo que estáis pensando, pero no. Con esta entrada no pretendo desatar ríos de lágrimas ni encharcaros de penas. Nada de dramatismo gratuito ni es mi intención hacer aflorar vuestro lado más sensiblero y menos en mi última entrada del año. Muy al contrario. Lo que deseo es que hoy  escalemos juntos la montaña por el lado más escarpado; el de la realidad y del más puro pragmatismo. Y si me apuráis, además de arneses, mosquetones y piolet, podemos añadir a nuestra mochila de supervivencia un poco de egoísmo camuflado en una tableta de chocolate.

Solo digo que os pongáis en esa tesitura, que por otra parte tampoco es algo imposible aunque, por supuesto, no deseable.

Tras el impacto inicial, estoy segura de que todos nosotros, aparte de focalizar toda nuestra energía en tratar de hacer cambiar de parecer al destino y con suerte esquivar un final previsible, dejaríamos de lado muchas cosas, personas, sentimientos y actividades que no sabemos que nos sobran, pero que así es.  ¿O sí lo sabemos y no obramos en consecuencia? Tiendo a pensar en ésta última opción, por desgracia, como la más probable.

Vivimos rodeados de excedentes, despojos y secundarios. De vacíos envueltos en un hermoso papel brillante. De accesorios innecesarios que vamos acumulando sin ton ni son pero que cada día nos despluman, sin darnos cuenta, de un poquito del oxígeno que necesitamos para respirar. Nos consume la cantidad ingente de tiempo, energía y esfuerzo dedicados a personas que no lo merecen, a ocupaciones que no nos satisfacen, a titánicos esfuerzos labrados sobre tierras que sabemos de antemano infértiles,  a  estúpidas batallas en las que solo ganaremos la medalla al más tonto del barrio. Y los vamos introduciendo en ese cajón, como hacemos con los calcetines, que aun cuando ya está rebosante, nosotros seguimos empujando para hacer sitio como si el cajón fuera infinito o el bolsito mágico de  Tinky Winky.

Propongo confeccionar una lista con cosas, actividades y personas de las que podríamos prescindir tranquilamente y no echaríamos de menos ni medio segundo. Ganaríamos un tiempo precioso para dedicarlo a lo que nos hace feliz de verdad.

Eso sí, hay que ser valiente y hacer esa lista con el corazón, desde las entrañas. No vale engañarse a uno mismo.
Pero yo me pregunto, ¿por qué tenemos que esperar a vivir situaciones límite para darnos cuenta de algo tan sencillo?

Si tan solo nos quedara ese tiempo de vida, pensad:

¿Qué cosas dejaríamos de hacer de forma inmediata?

¿A cuántas personas no volveríamos a  ver sin ningún tipo de arrepentimiento? Y en este apartado incluyo miembros de nuestra familia.

¿Cuántas veces al día diríamos “te quiero” a quien se lo merece?

¿Haríamos recuento de amigos? Y en tal caso, ¿cuántos de verdad quedarían etiquetados en esa noble, escasa y privilegiada categoría? A mí me da miedo hasta pensarlo.

¿A qué nos atreveríamos sabiendo que ya no hay nada más inestimable que perder que la propia vida?

¿Aparcaríamos ese orgullo que a veces nos corroe y nos guía erróneamente para hacer lo que realmente nos grita el corazón?

Estoy segura de que prescindiríamos de estúpidos enfrentamientos que nunca conducen a nada positivo. La mayor parte de lo que hoy nos parece conveniente, valioso, primario, se tornaría en décimas de segundo en un saco de irrelevantes anécdotas para tirar en el contenedor de los residuos tóxicos.

Pensemos, pues, con esa mentalidad, como si estuviéramos en tiempo de descuento. Un tiempo que no puede malgastarse porque nos pisa los talones. El tiempo, ese canalla, un despiadado asesino en serie que ha decidido que tú serás su próxima víctima. Con esa certidumbre entre las manos, nosotros elegimos cómo vamos a vivir. No podemos convertirnos en eternos ni detener su paso, pero sí tenemos la potestad para decidir cómo y a quién le regalamos ese preciado tesoro llamado tiempo.

Si esperamos el momento ideal, las circunstancias propicias y el alineamiento perfecto de todos los planetas para afrontar, emprender, cambiar, romper, modificar o mandar al mismísimo carajo a algo o a alguien, nunca lo encontraremos. Siempre nos devorará esa vorágine en la que vivimos inmersos, preñada de amistades por compromiso, de intercambio de hipocresías, de consejos que no has solicitado, de metas que te son ajenas, de gente anónima que, misteriosamente, pulula por tu vida a diario invadiendo tu intimidad sin ningún escrúpulo.
¿Cuántas veces nos hemos preguntado este año a nosotros mismos "pero qué coño hago aquí"?

Siempre habrá una excusa, un freno, una duda, miedos e incertidumbres que, en el fondo, y todos lo sabemos, son excusas tras las que nos parapetamos. Mentiras y más mentiras, que a fuerza de repetírnoslas, terminamos creyendo y que nos reviste de una aparente y frágil capa de seguridad. Un barniz tan inconsistente y espurio, que con un solo soplido, se desintegra.

Los cambios hay que provocarlos y en esos desafíos, encontraremos, con toda probabilidad, la llave que abre mil puertas que desconocíamos que existieran.

¡Sé valiente, joder! Coge un bloc y redacta esa lista. Pero sobre todo, actúa en consecuencia. Formúlate preguntas, plantéate cambios, muda el color de tu mirada, pulveriza barreras y lánzate al vacío sin paracaídas. Rechaza imitaciones y versiones, que sólo la original sea tu banda sonora.

Piensa en lo que te llena y te hace feliz de verdad. Y lucha por ello.
Nunca es tarde para rectificar porque "ojalá" es mi palabra. La palabra en la que sigo creyendo más que en cualquier dios.

Hay que vivir como si la vida fuera un acreedor acechándote desde cada esquina, dispuesta a todo por devengar su deuda.



¿Te atreves? Yo sí. Desde hace tiempo.

Os deseo un año 2017 con una libreta, un bolígrafo y muchas intenciones.





lunes, 26 de diciembre de 2016

RESTAURANTE FINOCCHIO, MI ÚLTIMO DESCUBRIMIENTO

RESTAURANTE FINOCCHIO

Calle Embajadores, 64

Madrid

Teléfono: 910 825 021


Lavapiés es uno de los barrios madrileños que ha sufrido en los últimos tiempos una transformación mágica. Todo tipo de gente, de comercios, de culturas y de gastronomía conviven en una armonía casi milagrosa.
El mismo corazón de Lavapiés hace hueco, con generosidad,  a otro corazón. En este caso, a uno proveniente de la vieja  Italia.

FINOCCHIO aterriza en el barrio con ganas de distinguirse, de agradar, de sorprender y, sobre todo, con intención de añadir un plus de elegancia, esa que jamás sobra estés donde estés. Y lo consigue con creces.



Pero primero os  voy a hablar de su dueño. Mauricio Marín es un hombre encantador, acogedor y amante de la cocina. Afincado en España desde hace muchos años, adora nuestro país. Colombiano de nacimiento, español por vocación y un loco de la gastronomía italiana. La mezcla, curiosa sin duda, puede parecer arriesgada. Y ciertamente, lo es. Pero él sale airoso y con nota de esa apuesta. Ya tiene otro local en el mismo barrio desde hace diez años que funciona de maravilla.

Con Mauricio Marín, dueño del restaurante.



Finocchio abrió sus puertas hace aproximadamente un año y medio con la idea de destacar, de no ser uno más.  Me cuenta Mauricio, el día que fui a degustar su exquisito menú especial de Navidad, que el nombre no es casualidad. La palabra italiana finocchio tiene en español dos significados muy distintos: por una parte significa hinojo, esa planta aromática con un sabor que nos recuerda al anís y muy usada en la cocina y por otra, es una forma despectiva de referirse a los homosexuales. De ahí su empeño en jugar inteligentemente con ese doble sentido para reivindicar una parte de su identidad, que en los tiempos que corren, debería ser asumida por los demás con absoluta normalidad, junto con la pasión por la cocina. Así que, ya de entrada, mi admiración por su rebeldía, su valentía y su delicada provocación.

Con Mauricio el día que coincidimos en LibertadFM Radio.

En LiberdadFM Radio Con Maucio Marín, Pedro Caballero y Manuel Díaz. Mauricio nos trajo su pizza más solicitada. Coronada por un huevo frito, su pizza Finocchio también lleva carne picada, beicon y pimiento glaseado. 


La entrada al restaurante es discreta y bonita, pero pasa inadvertida.  Me cuenta Mauricio que mucha gente no se atreve a traspasar el umbral por miedo a que resulte un restaurante caro. Hablamos sobre ello y compartimos ideas para que llame más la atención sin perder su aire distinguido. Yo os animo desde esta reseña, que escribo con todo el cariño, a que lo visitéis porque os vais a encontrar con un lugar plagado de encanto y al alcance de cualquier bolsillo.
Luz tenue y velas en cada mesa. Detalles que ayudan a crear un ambiente cálido y acogedor.



Suelo de una madera cálida, oscura y brillante que contrasta con las sillas también en madera y con tapicería en  color crudo. Paredes pintadas en un delicioso azul mar, luz tenue, velas en las mesas y música agradable de fondo. Todo allí está cuidado al detalle para que puedas relajarte y poder compartir confidencias saboreando una riquísima comida. La atención por parte del personal es exquisita, la presentación de los platos, impecable. Y un detalle que me gusta, las mesas tienen la suficiente separación para poder charlar sin que el de al lado pueda hacer una crónica detallada de tu conversación. Podría parecer un detalle sin importancia. No lo es.

Con mi amiga, la periodista Virginia Madrid, comiendo deliciosamente en Finocchio.



Para estas fiestas han ideado un menú degustación compuesto de dos entrantes, cinco primeros platos y cinco segundos. ¡Y el postre! Donde podrás elegir entre cuatro deliciosas propuestas. Incluye pan, bebida y un chupito de limonchello. Todo por 25 euros.


Acudí al restaurante con mi amiga Virginia Madrid, periodista, y probamos los embutidos con focaccia, ensalada templada de gulas y gambas, el carpaccio de ternera, receta inventada en el Harry’s Bar de Venecia a mediados del siglo pasado,  y el tagliatelle con salsa de boletus.

Salami boloñés Finocchiona de Gianni Negrini, salchichón bergamaco, salchichón de La Toscana, mortadela y cecina de vaca.



Tagliatelle con salsa boletus.


Ensalada templada de gulas y gambas.


En el capítulo postre nos inclinamos por panacotta con frutos rojos y el increíble tiramisú casero que ellos mismos preparan y que con certeza es de los mejores que he probado en mi vida.


Panacotta con frutos rojos. 





Imposible resistirse a su tiramisú. De lo mejor que he probado jamás.
Se nota el mimo y la dedicación que ponen para elaborar sus platos, la calidad de la materia prima y esas recetas de la gastronomía italiana más tradicional. Imposible decantarse por un plato en concreto porque todo está delicioso.
Un lugar donde desterrar la idea de que la comida italiana tan solo se reduce a la pasta. Sus frescas y sanas ensaladas, el increíble rissoto o sus excelentes carnes son una prueba de ello.


No cierran en todo el año, tan solo en fechas clave como 25 de diciembre o el 1 de enero. Conviene reservar los fines de semana porque se llena completamente.

Un menú diario por el asequible precio de 11 euros y una interesante carta de birras italianas entre las que podemos encontrar la Moretti o la Peroni  y vinos con referencias tanto nacionales como italianas, completan la oferta de este magnífico restaurante.

En resumen, un lugar coqueto, elegante y con encanto donde poder deleitarse con la alta y casera comida italiana que preparan. Un lugar imprescindible que visitar y al que yo voy a acudir muchas más veces.




domingo, 11 de diciembre de 2016

RESEÑA DE LA NOVELA "TIENES QUE SALTAR" de Francisco Rullán


TIENES QUE SALTAR



En la nueva novela de Francisco Rullán  los protagonistas son dos personas muy especiales a la vez que entrañables. Un abuelo que responde al nombre de César Martínez, con ochenta y siete años y más de cien kilos de peso y su nieta Carla Fernández, una adolescente de dieciséis años amante apasionada de la lectura. Entre ellos una relación de amor incondicional, de entrega y cariño, de admiración y respeto mutuos.

Visto así podría parecer que nos encontramos ante un argumento de corte inocente con una historia sentimental destinada a un público juvenil. Ni por un segundo os dejéis llevar por las apariencias porque esta historia encierra muchas sorpresas y os puedo asegurar que ni son cándidas ni os dejarán indiferentes.




La acción transcurre entre las ciudades de Madrid y Barcelona con algunos saltos fuera de España por exigencias de la trama.

¿Qué nos vamos a encontrar al leer el libro de Francisco Rullán? Una realidad, por desgracia, muy acorde con los tiempos en los que nos ha tocado vivir: corrupción al más alto nivel político, empresarial y policial. Sobornos, blanqueo de capitales, tráfico y distribución de drogas, ansias de poder a costa de lo que haga falta e incluso asesinatos.

Mercedes, madre de Carla, una mujer que lucha por salvar lo que queda de su maltrecho matrimonio con Raúl. Miquel Estruch, el abogado más prestigioso de toda la ciudad de Barcelona, un personaje carente de principios y escrúpulos capaz de cualquier atrocidad si eso le proporciona poder, dinero y placer. Elisabeth Ferrán, la caprichosa, arrogante y amoral hija del principal empresario farmacéutico catalán y, a la vez, casada con el hermano de Mercedes. Y por último, la inspectora Miranda, una mujer combativa, preparada y con carácter que deberá luchar con todas las armas legales de las que dispone con el objetivo de hacer caer a uno de los grupos delictivos más poderosos y elitistas de la sociedad catalana. Y no lo va a tener nada fácil.

Éstos son algunos, que no todos, de los otros personajes que conforman la novela, que no por secundarios merecen menos atención. Más bien, todo lo contrario. Porque en esta historia nos vamos a topar de lleno con toda la maldad de la que un ser humano es capaz de desarrollar.  Aquí solo hay malos o buenos sin apenas espacio para el término medio.

Los personajes, perfectamente dibujados, te harán pasar del odio al amor y de la alegría al llanto con tan solo avanzar de capítulo. Una historia bien hilvanada, creíble y que te mantiene en tensión a medida que avanzas. Lenguaje sencillo, descripciones precisas sin adornos innecesarios, sentimientos a flor de piel con los que más de una vez todos se van a sentir identificados y una conmovedora relación abuelo/nieta que se verán inmersos, sin pretenderlo, en una vorágine de odio, malicia y ambición de la que tratarán de salir indemnes moral y físicamente.

Se nota la evolución de Rullán en esta novela, aunque él escribe siempre con el corazón y eso vuelve a quedar patente en estas páginas.

Hay frases preciosas en el libro para reflexionar. Yo he escogido tres que me han gustado especialmente.

 - He descubierto que un libro que vuelves a leer pasados los años, equivale a un libro nuevo.

- Cuando se ama de verdad, sobran excusas y faltan motivos.

- Si fallas, perdónate cuanto antes. No pierdas el tiempo culpándote.

En resumen, una historia bonita y actual, pero no por ello menos desgarradora en su trasfondo, que nos habla del valor de la familia, de los lazos de amistad, del trabajo bien hecho, de recuperar valores y mantener nuestros principios, del amor, del poder increíble de los libros en las personas y de luchar siempre por lo que uno desea de verdad. Eso sí, sin olvidarnos nunca de que en este mundo estamos permanentemente rodeados de envidia, de codicia, de falsas apariencias, de injusticia y de maldad. Y que muchas veces nos tocará sacar de paseo a nuestra peor versión para sobrevivir a ciertos pasajes de nuestra vida.

No quiero terminar sin hacer mención al título, que de por sí tiene su propia anécdota. Tal vez porque me ha pillado en un momento muy especial y decisivo de mi vida, esa frase ha calado muy hondo en mí, más de lo que yo podría imaginar. Porque es muy cierto que hay momentos en tu existencia en los que tienes que saltar, en sentido real o figurado. Que te lo digan los demás o que te lo recuerdes a ti mismo. Saltar para salvar o salvarte. Saltar para arriesgar por algo. Saltar para cambiar el rumbo. Saltar porque, tal vez, es la única opción. El final del libro me ha hecho replantearme muchas cosas y también llorar. De emoción, de pena, de alegría, pero especialmente, de esperanza.
Y con ese mensaje me quedo.

Os recomiendo que la leáis y que cada uno saque sus propias conclusiones.

¡Feliz lectura, canallas!



viernes, 2 de diciembre de 2016

MUJERES CON MAYÚSCULAS



MUJERES CON MAYÚSCULAS



Las mujeres que merecen la pena, nunca son fáciles de entender ni sencillas en su proceder.
Ese tipo de mujeres tienen aristas, esquinas, recovecos y  meandros. Soles y lunas.  Tinieblas, negruras  y albores.

Atesoran un pasado preñado de ilusiones traspapeladas, de catástrofes emocionales, de batallas libradas y de guerras perdidas. De sueños profanados y  anhelos logrados.

Sobradas de imaginación y delirios, exportadoras de pasiones y expertas en cultivar la esperanza, aunque las tormentas y las heladas jueguen en contra y casi siempre germinen derrotas.

Fuertes, solventes, divertidas, atrevidas y extremas. Decididas a todo si la causa merece la pena. Dispuestas a subirse en una nave espacial, en un unicornio o en una alfombra voladora.

Si te acomodas en su columpio, te empujará el candor de la niña que fue, te elevará la frescura de su adolescencia y alcanzarás a tocar el cielo con la rebeldía de la mujer en la que se ha convertido.
Dispuestas a equivocarse porque les da la gana y a amar prendiéndole fuego a todo.
Las mujeres que merecen la pena llevan determinación en la mirada, picardía en la sonrisa, intenciones en la piel y varios trucos en la manga.

Ellas te llevarán de paseo por las calderas de abismo un día y al siguiente, te transportarán al Edén en un delicioso seísmo de lujuria y placer.
Hoy tsunami y mañana quietud. Hoy agua brava y mañana mansa.

Perfecta dicotomía. Dulce o salvaje. Impetuosa o reflexiva. Pasional o serena. Moderada o excesiva. Pero en todos los casos, siempre en estado puro.





Colonizadoras de un infierno que convierten en Olimpo por pura supervivencia. Vendedoras de almas y almacenistas de desaciertos.

Aliadas de Lucifer o del Señor, según requieran las circunstancias. Amigas leales, soberbias amantes, sacrificadas madres, siempre contoneándose en la cuerda floja entre lo que se debe y lo que se quiere. Lanzarse con red o sin ella. Lo prohibido o lo aceptado. Siempre políticamente incorrectas. Todo al rojo o todo al negro. Sin términos medios.
Ese tipo de mujer es colosal, asombrosa y extraordinaria. Si es así, el camino  no será fácil.  Y si  es fácil, ella no será fascinante.

Vale la pena. No te rindas.

Y si se rinde, el que no merece la pena es él.




Derechos Reservados

miércoles, 16 de noviembre de 2016

ZOMBIES


ZOMBIES


Esa gente que opta por cómodas alianzas en vez de por enfrentamientos sinceros.

Que prefiere cuevas seguras y cálidas en donde nunca acontezca nada, a hogares que parezcan hoy una verbena y mañana un manicomio, pero siempre una descarga eléctrica de vida.

Esas personas que eligen transitar por una existencia lineal a tener que abonar el  oneroso arancel de vivir en una montaña rusa.

Que prefieren compartir su vida con una persona por la que no sienten nada, al desafío de tener que amar a alguien de verdad con todas sus consecuencias, porque eso significa que habrá momentos de dolor, desazón y fluctuaciones.

Los que presumen de ser arriesgados porque surcan un océano en calma durante un crucero vacacional, cuando los verdaderos valientes lo atravesamos en una  rudimentaria balsa y bajo la tormenta del siglo, dispuestos a fenecer si la causa nos parece apropiada.

Los que mienten una y otra vez, a sí mismos y a los demás, haciendo del disimulo toda una filosofía de vida y del subterfugio su espuria coraza. Y además, insultan la inteligencia ajena pensando que el resto se lo cree solo porque, prudentemente, silencian.

Los que por temor no expresan lo que sienten, no sea que el otro no comparta las mismas emociones y quede por tonto. ¡Cómo si eso fuera lo importante!

A los que por un orgullo mal entendido no dan el primer paso y se quedan sin saber para siempre qué hubiera sucedido en caso de hacerlo. Y lo más grave, como hubiese transformado su existencia esa palabra, ese beso, esa llamada, ese mensaje, ese intento, esa disculpa…Ese “no me rindo”.

Los que se refugian entre amistades de interés, su particular coro de palmeros, porque de ellos siempre escucharán todo lo que desean oír, ya que la verdad es una invitada  demasiado incómoda para que se quede a cenar.

Esos cuyas vidas están preñadas de actividades y personas que ocupan espacio pero no llenan vacíos.

Los que confunden deliberadamente excusas con razones para no afrontar la realidad y tener un lujoso y falso titular en el que apoyarse.

Los que culpan al destino, a la fatalidad, al horóscopo,  al vecino, al jefe, a la virgen del botijo o al sursuncorda de sus desatinos, sus carencias, sus limitaciones y sus temores en una suerte de ejercicio diario, estéril, inicuo y perezoso, con tal que no mirarse al espejo y presentarse.






Los que solo saltan con red, los que nadan en la orilla, los que colorean sin salirse de la línea, los que rechazan la belleza de lo imperfecto, los que apuestan solo si saben que van a ganar, los que tienen querencia a su zona de confort, los que no infringen normas, los que  nunca pierden los papeles ni asaltan jardines, los que llevan paraguas en agosto, los que nunca improvisan ni franquean vallas, los que no acceden por puerta traseras ni se cuelan en el metro, los que solo viajan con billete de ida y vuelta, los que no creen en la magia, los que viven con un corazón artificial y guardan otro de repuesto en la nevera. Muchos. Demasiados…Por cobardía o por miedo, que viene a ser lo mismo. Zombies. Muertos en vida, los llamaba mi madre. Gente que ha perdido la capacidad de ilusionarse y de pelear. Que prefiere dejarse abrazar por la rutina y el tedio porque es más cómodo que tener que palpitar y menos doliente.

Que no se trata de ser temerario, sino valiente. Pero es que la valentía es un valor que no cotiza en bolsa, ni se hereda, ni puntúa, ni cuenta como un plus en tu nómina, ni te asegura un sitio en el cielo, ni te procura dividendos. La valentía no es tendencia. El riesgo, el arrojo y el coraje son los ingredientes del puchero donde se nutren los valientes. Y para los que no lo son, esa mixtura les provoca una severa alergia, en los casos más leves y muerte súbita en los corazones más pusilánimes. Ya he visto a varios morir así y los que me quedan.

La cobardía de escoger vivir en reposo, sin altibajos, sin portazos al corazón. Esa existencia gris vecina de rellano de la muerte. El horrible caos de vivir en calma. 


Yo prefiero vivir sin hacer pie.

lunes, 7 de noviembre de 2016

LOS ENIGMAS DE MAMÁ Y UN VESTIDO AMARILLO

LOS ENIGMAS DE MAMÁ Y UN VESTIDO AMARILLO



Estoy en el Teatro Real, sentada en una butaca y en breve dará comienzo la ópera que he elegido para esta ocasión. A mi lado, mamá. En su caso es la primera vez que va a disfrutar de un espectáculo así y la percibo alegre y expectante. Sigue bellísima a sus 82. Su cutis níveo sin una sola mácula, su pelo negro, sus rasgos perfectos, su elegancia natural…Está claro que la que tuvo, retuvo. Ha elegido un vestido precioso que no conozco y lleva un par de joyas muy sencillas pero exquisitas. Mamá nunca ha sido de baratijas ni charoles. Siempre escaso y de calidad, si se podía. Y si no se podía, pues nada. Siempre menos, me repetía hasta el desmayo. Detestaba a esas mujeres que se volcaban encima el joyero y salían a la calle vestidas de árbol navideño o lámpara Chandelier. Odiaba la vulgaridad en todas sus manifestaciones.

De ella he heredado sus rasgos, su carácter indómito y su fortaleza. Y por supuesto, su gusto por vestir bien en forma de lecciones diarias. Asignatura que, por fortuna, siempre atendí con interés y disciplina y que, pasados los años, me fue de inestimable ayuda en la vida, tanto en la profesional como en la personal.





Antes de que nos queramos dar cuenta, la función ha terminado. Aplausos, lágrimas, emoción, gentío…El telón desciende y con él, la tramoya, los artistas y la magia. Las luces se atenúan y la gente va esfumándose, hasta extinguirse por completo. Nos quedamos solas, pero nadie nos invita a marcharnos. Tampoco deseamos hacerlo.

Y ahí, en medio de una absoluta oscuridad y un silencio inquietante, mamá y yo hablamos de todo. Sin aspavientos, sin acritud y sin reservas. Me dice que la vida es una catarata constante de aciertos y desaciertos, de hermosura y fealdad, de trayectos con paisajes áridos, que mudan en un instante con un simple aleteo de pestañas, a otros fértiles y agradables por los que transitar. Que nada es eterno, ni definitivo, ni tan siquiera la verdad, porque la verdad es subjetiva y habita en cada uno de nosotros. Me dice que debo tener paciencia y fe. ¡No fastidies, mami! Lo de la paciencia podría entenderlo a duras penas, pero lo de la fe, mamá si tú eres atea, ¡joder!  Y aquí le ensarto sin piedad dos de mis Cañilismos  para que no vuelva por ahí.

Le he puesto un chip a mi paciencia, por si la pierdo.

La fe. Esa prostituta que debería perder su empleo.

Ignora por completo mis lúcidas frases e interrumpe su discurso para darme una dirección, por si se le olvida, dice. Típico de ella. No entiendo muy bien a qué viene eso, pero me lo apunto en un papel porque todo lo que dice mi madre, tarde o temprano encuentra su sentido y su acomodo en un minúsculo recodo del intrincado universo. No del Universo, de MI universo que es el que a ella le desvela.

Después del inciso con la misteriosa dirección, me regala un último consejo: Hija, nunca te vistas con ropa que no es de tu talla.
Me quedo un poco perpleja con su comentario, pues estamos en una charla seria y trascendental, pero en cuanto continúa  hablando,  ya sé por dónde va.

Si te pones una prenda que te queda pequeña solo porque te gusta, pensarás que con el uso reiterado podrás domarla y te quedará perfecta. Nunca será así. Lo único que conseguirás es que salten las costuras, que te apriete, te incomode y que al final, la deformes y ella, por despecho, altere tu figura y tu ánimo. Terminareis odiándoos mutuamente. Si por el contrario la prenda es demasiado ancha, ésta, jamás encontrará su sitio en tu cuerpo, perdida, insegura e incapaz de satisfacerte cada vez que te reflejes en el espejo. La ropa y las personas deben encajar en ti con naturalidad y sin constreñir, igual que si fueran piezas de un puzle.  Que ambas saquen a relucir lo mejor de ti y tú, lo mejor de ellas. Igual que un traje confeccionado a medida.

Voy a decir algo sobre eso, cuando de repente las luces vuelven a encenderse. El patio de butacas abarrotado aplaudiendo como si no hubiera un mañana. Me miro y para mi sorpresa llevo puesto un espectacular vestido amarillo en seda salvaje que no sé de dónde ha salido, porque yo no he llegado vestida de esa guisa. No doy crédito. Me giro buscando una respuesta pero… ¡mamá ya no está! Ya lo ha vuelto a hacer. Aparece y desaparece a su antojo y voluntad, dejándome enfrascada entre consejos, enigmas e interrogantes, hasta la próxima visita. No importa. La quiero, me quiere y no hay distancia, tiempo ni orfandad entre nosotras.

Salgo al exterior entre la muchedumbre  y me doy cuenta de que además llevo puestas las dos alhajas de mi madre; un anillo y unos pendientes. Mis talismanes.
En la calle es de día y la gente me mira sin recato. No me extraña, soy una figura anacrónica paseando en pleno día vestida de gala. El vestido es precioso, largo hasta los pies, llamativo y yo me encuentro bella, liberada y briosa. Me voy parando en cada escaparate para mirarme, porque sí. Porque me da la gana y porque me lo he ganado. Desprendo tanta luz que hasta el sol me va a denunciar por competencia desleal. Que lo haga. ¡Desplegaré mis alas y planearé hasta él para responder con insolencia!

Ya no importa. Mirada alta y al frente, paso seguro desde mis siempre puntuales diez centímetros con los que hoy podría escalar el K2, mis labios frambuesa y mi melena al viento. Camino en busca de esa dirección que ya me intriga y dejo atrás todo lo que impedía que fuera yo al cien por cien.

Despierto del agradable sueño y me acuerdo de todo, lo cual es rarísimo porque prácticamente nunca me sucede. Son las cuatro de la mañana, pero no puedo permitir que ni un solo detalle de este ensueño se evapore. Desciendo las escaleras con sigilo, enciendo el ordenador y preparo la entrada que hoy leéis en mi blog. Mis dedos vuelan por el teclado a tal velocidad que mis palabras van a necesitar una camisa de fuerza para que no desborden. Ya dormiré mañana o pasado.

Continuará…