LOS
ENIGMAS DE MAMÁ Y UN VESTIDO AMARILLO
Estoy
en el Teatro Real, sentada en una butaca y en breve dará comienzo la ópera que
he elegido para esta ocasión. A mi lado, mamá. En su caso es la primera vez que
va a disfrutar de un espectáculo así y la percibo alegre y expectante. Sigue
bellísima a sus 82. Su cutis níveo sin una sola mácula, su pelo negro, sus
rasgos perfectos, su elegancia natural…Está claro que la que tuvo, retuvo. Ha
elegido un vestido precioso que no conozco y lleva un par de joyas muy
sencillas pero exquisitas. Mamá nunca ha sido de baratijas ni charoles. Siempre
escaso y de calidad, si se podía. Y si no se podía, pues nada. Siempre menos,
me repetía hasta el desmayo. Detestaba a esas mujeres que se volcaban encima el
joyero y salían a la calle vestidas de
árbol navideño o lámpara Chandelier. Odiaba la vulgaridad en todas sus manifestaciones.
De ella he heredado sus rasgos, su carácter indómito y su fortaleza. Y por
supuesto, su gusto por vestir bien en forma de lecciones diarias. Asignatura
que, por fortuna, siempre atendí con interés y disciplina y que, pasados los
años, me fue de inestimable ayuda en la vida, tanto en la profesional como en
la personal.
Antes
de que nos queramos dar cuenta, la función ha terminado. Aplausos, lágrimas,
emoción, gentío…El telón desciende y con él, la tramoya, los artistas y la
magia. Las luces se atenúan y la gente va esfumándose, hasta extinguirse por
completo. Nos quedamos solas, pero nadie nos invita a marcharnos. Tampoco deseamos
hacerlo.
Y
ahí, en medio de una absoluta oscuridad y un silencio inquietante, mamá y yo
hablamos de todo. Sin aspavientos, sin acritud y sin reservas. Me dice que la
vida es una catarata constante de aciertos y desaciertos, de hermosura y
fealdad, de trayectos con paisajes áridos, que mudan en un instante con un
simple aleteo de pestañas, a otros fértiles y agradables por los que transitar.
Que nada es eterno, ni definitivo, ni tan siquiera la verdad, porque la verdad es
subjetiva y habita en cada uno de nosotros. Me dice que debo tener paciencia y
fe. ¡No fastidies, mami! Lo de la paciencia podría entenderlo a duras penas,
pero lo de la fe, mamá si tú eres atea, ¡joder! Y aquí le ensarto sin piedad dos de mis Cañilismos
para que no vuelva por ahí.
Le he puesto un chip a mi paciencia, por si la
pierdo.
La fe. Esa prostituta que debería perder su
empleo.
Ignora
por completo mis lúcidas frases e interrumpe su discurso para darme una
dirección, por si se le olvida, dice. Típico de ella. No entiendo muy bien a
qué viene eso, pero me lo apunto en un papel porque todo lo que dice mi madre,
tarde o temprano encuentra su sentido y su acomodo en un minúsculo recodo del
intrincado universo. No del Universo, de MI universo que es el que a ella le desvela.
Después
del inciso con la misteriosa dirección, me regala un último consejo: Hija,
nunca te vistas con ropa que no es de tu talla.
Me
quedo un poco perpleja con su comentario, pues estamos en una charla seria y
trascendental, pero en cuanto continúa hablando,
ya sé por dónde va.
Si
te pones una prenda que te queda pequeña solo porque te gusta, pensarás que con
el uso reiterado podrás domarla y te quedará perfecta. Nunca será así. Lo único
que conseguirás es que salten las costuras, que te apriete, te incomode y que
al final, la deformes y ella, por despecho, altere tu figura y tu ánimo.
Terminareis odiándoos mutuamente. Si por el contrario la prenda es demasiado
ancha, ésta, jamás encontrará su sitio en tu cuerpo, perdida, insegura e
incapaz de satisfacerte cada vez que te reflejes en el espejo. La ropa y las personas
deben encajar en ti con naturalidad y sin constreñir, igual que si fueran
piezas de un puzle. Que ambas saquen a
relucir lo mejor de ti y tú, lo mejor de ellas. Igual que un traje confeccionado a
medida.
Voy
a decir algo sobre eso, cuando de repente las luces vuelven a encenderse. El
patio de butacas abarrotado aplaudiendo como si no hubiera un mañana. Me miro y
para mi sorpresa llevo puesto un espectacular vestido amarillo en seda salvaje
que no sé de dónde ha salido, porque yo no he llegado vestida de esa guisa. No
doy crédito. Me giro buscando una respuesta pero… ¡mamá ya no está! Ya lo ha vuelto a hacer. Aparece y desaparece a su antojo y voluntad, dejándome enfrascada entre consejos, enigmas e interrogantes, hasta la próxima visita. No importa. La quiero, me quiere y no hay distancia, tiempo ni orfandad entre nosotras.
Salgo
al exterior entre la muchedumbre y me
doy cuenta de que además llevo puestas las dos alhajas de mi madre; un anillo y
unos pendientes. Mis talismanes.
En
la calle es de día y la gente me mira sin recato. No me extraña, soy una figura anacrónica paseando en pleno día vestida de gala. El vestido es
precioso, largo hasta los pies, llamativo y yo me encuentro bella, liberada y briosa.
Me voy parando en cada escaparate para mirarme, porque sí. Porque me da la gana
y porque me lo he ganado. Desprendo
tanta luz que hasta el sol me va a denunciar por competencia desleal. Que lo
haga. ¡Desplegaré mis alas y planearé hasta él para responder con insolencia!
Ya
no importa. Mirada alta y al frente, paso seguro desde mis siempre puntuales
diez centímetros con los que hoy podría escalar el K2, mis labios frambuesa y
mi melena al viento. Camino en busca de esa dirección que ya me intriga y dejo
atrás todo lo que impedía que fuera yo al cien por cien.
Despierto
del agradable sueño y me acuerdo de todo, lo cual es rarísimo porque
prácticamente nunca me sucede. Son las cuatro de la mañana, pero no puedo permitir
que ni un solo detalle de este ensueño se evapore. Desciendo las escaleras con
sigilo, enciendo el ordenador y preparo la entrada que hoy leéis en mi blog.
Mis dedos vuelan por el teclado a tal velocidad que mis palabras van a
necesitar una camisa de fuerza para que no desborden. Ya dormiré mañana o
pasado.
Continuará…
Preciosérrimo. Muchas gracias por compartirlo con nosotros, canalla.
ResponderEliminarGracias a ti por leer y comentar, mi canalla. Un beso.
ResponderEliminarMuy bonito relato,para recordar a una mujer siempre elegante pero sencilla, con apariencia delicada pero fuerte.Siempre inmaculada hasta para estar en la cocina.Siempre recordaré como con cariño nos preparabas tus tostadas en la lumbre y la naranja troceada con azúcar, y como te gustaba una rodajita de piña con un chorrito de Anís. Bella por fuera y por dentro.
ResponderEliminarSueño, realidad, un mundo a lo Philip K. Dick? Un texto muy curioso y que encierra mucho de tu alma
ResponderEliminarUna mezcla de sueño y de realidad. Los mensajes que me deja mamá, siempre son certeros. Gracias, Javi. Un beso enorme.
EliminarEs un homenaje más que bonito, es sentido. Sale desde dentro y eso se nota. Me gusta como escribes.
ResponderEliminar¡Muchas gracias, José!
EliminarMe ha encantado Susana. Un beso grande para ti y otro para tu madre, dáselo eb su próxima "visita"
ResponderEliminarJajajajaja. Muchas gracias, Gracia. Se los daré de tu parte. Un abrazo.
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