Hace unos días comentaba en una charla informal con un amigo, que
cualidades y defectos vienen de serie y cuales adquirimos a base de amontonar
años y experiencias.
No llegamos a ningún entendimiento, como suele suceder cuando se habla de temas en los que no hay ninguna base médica o científica, ni nada está comprobado.
No llegamos a ningún entendimiento, como suele suceder cuando se habla de temas en los que no hay ninguna base médica o científica, ni nada está comprobado.
Yo me mantengo firme en la posición de que hay
mucho con lo que naces, o tal vez todo, inamovible,
pero que con el paso del tiempo y de las vivencias con las que te toque lidiar,
esos comportamientos se verán alterados, emergiendo en su faceta más tibia o
más virulenta.
Estoy harta de ver niños pequeños, muy pequeños,
que ya desde temprana edad manifiestan su lado más perverso y cruel. Pequeñas
sanguijuelas que no han tenido tiempo para reproducir ciertas conductas vistas
en adultos y que ya reaccionan de una forma más que preocupante.
De la misma manera que veo el caso contrario. Niños que demuestran una madurez, una generosidad y un espíritu de sacrificio impropios para su edad.
De la misma manera que veo el caso contrario. Niños que demuestran una madurez, una generosidad y un espíritu de sacrificio impropios para su edad.
Nada de esto es casualidad.
Virtudes y defectos son como los talentos: vienen contigo al nacer y afloran de forma natural. Igual que el que sabe cantar, pintar o escribir, al final lo hará. El que es generoso o tacaño, radiante o taciturno, mezquino o solidario, envidioso o noble... y así hasta el infinito, igualmente lo demostrará muchas veces a lo largo de su vida. Las reacciones espontáneas suelen ser las que hablan por sí solas de los seres humanos y te dicen en qué categoría situarlos.
Lo importante es contemplar desde la más absoluta imparcialidad, el niño que fuimos, o que recordamos haber sido, y analizar si el adulto con el que ahora nos vestimos, es el que un día deseamos ser. Preguntarnos si nos sentimos orgullosos.
La respuesta solo la tenemos nosotros.
Todavía sigo soñando con ser adulto...
ResponderEliminarTSS
Hecha la anterior afirmación -un tanto metafórica- de que aún sigo soñando con el adulto que quiero ser, voy a entrar un poco en el fondo del interesante punto de reflexión que Susana plantea. En mi opinión, de partida, somos un compendio de características genéticas; pero la vida va modulándolas en función de las circunstancias ambientales, educacionales, familiares, profesionales y otras que nos van rodeando. Pienso que nadie está predestinado a actuar de esta u otra forma, por la única razón de que su código de barras de fábrica así lo tenga dispuesto. La familia, los educadores, los amigos, el entorno y otras personas tienen influencia en el carácter que, sobre la base de un temperamento individual de nacimiento, se va formando en cada persona. Los expertos de la psicología clásica, venían a decir algo así cómo que somos suma de herencia y ambiente. No soy experto, no soy psicólogo, no soy científico y, por lo tanto, no estoy cualificado para cifrar el peso que unos y otros factores pueden tener en la manera de ser final de cada persona. Pero sí que estoy convencido de que se puede modificar algo de esa etiqueta inicial del temperamento. Es más, creo que uno de los factores que pueden tener más influencia en ese posible cambio, es la fuerza de voluntad de cada uno. Si es adecuada, puede resultar determinante. La Historia está repleta de ejemplos de espíritus de superación que han sabido crear capacidades a base de esfuerzo, constancia y trabajo.
ResponderEliminarTSS
Toda una invitación a la reflexión !
EliminarGracias por tus palabras tan acertadas.
Mi problema es que no recuerdo qué clase de persona pensaba ser de crío. Vivo en un mundo radicalmente diferente a aquel que me vio crecer. Nada es lo mismo. Quizá, lo único que me preocupa es si llegaré, algún día, a tener conciencia de si mi paso por este Mundo ha dejado huella o se perderá entre el polvo de las cenizas de la Historia olvidada.
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