PERDIDA
Autora: Conchi Revuelta
Nunca es fácil invadir espacios, y mucho menos agradar a los seguidores ajenos por eso, quiero agradecer a mi querida Susana Cañil, la oportunidad que me da, al dejarme entrar en su pequeño y risueño mundo, este lugar “canalla” creado con, y desde el corazón, por una mujer valiente.
Espero que tus lectores no se sientan defraudados con mi pequeña aportación.
Los
dos iban caminando tranquilamente.
Ella
percibía el viento en su cara a la vez que su largo pelo negro se revolvía con ganas.
No
hacia tanto calor como por la mañana cuando salió, había amainado un
poco; la temperatura era más placentera.
Aquel
paseo era nuevo para ella, nunca había caminado por allí, bajaron una pequeña
cuesta. Al fondo se veía una gran puerta.
Un
poco más atrás, pudo ver un pequeño tren lleno de niños que se acercaba
despacio hacia ellos. Sin pensarlo dos veces, miró al chico y se desplazó de su
rumbo, dejando así paso al tren que paró muy cerca ellos.
Al
entrar, vio un prado grande y verde y notó el olor del mar. Conocía esa esencia
y aunque no podía verla sabía que la playa estaba cerca.
Días
atrás había estado jugando en ella. Además el murmullo de las olas penetraba en
sus oídos, primero distante y luego cercano, ese sonido iba y venía aunque ella
no se moviera del sitio. Originaba en su cabeza un vaivén hechicero y
suave que la llenaba de sosiego.
Después
de caminar por ese bonito parque un buen rato, el chico se encontró con
unos amigos. Los muchachos la saludaron efusivamente, todos la conocían y
sabían de su simpatía y encanto. Se quedó allí parada escuchando la
conversación de los jóvenes, que se habían sentado plácidamente en un banco.
A
lo lejos pudo ver la zona de juegos de los niños, se levantó y poco a
poco se acercó a ella.
Aunque
no le gustaban demasiado los críos, disfrutaba viéndolos jugar, subir y bajar
del tobogán y de todos esos aparatos que había allí situados. Además el piso
era blandito y sus pasos en él la producía una sensación agradable, como
si flotara, como si sus pies no percibieran el suelo.
Mientras
daba pequeñas pisadas iba pensando, - Cuando no haya niños podré moverme
a mis anchas por este suelo almohadillado.
No
se sentía bien con ellos cerca, solo los miraba y si notaba que alguno se
acercaba a ella, enseguida se daba la vuelta y se alejaba.
A
su derecha escuchó ladrar dos perros pequeñitos y muy chulos que jugaban
juntos, mientras sus amos hablaban animosamente.
Se
acercó a ellos y estuvo jugando un buen rato a la vez que escuchaba a los amos
hablar.
La
plática entre las personas que se encontraban por la calle con sus perros
siempre era la misma, hablaban de lo que comían, de lo que hacían, de si les
gustaba o no el agua, de dónde dormían… de esas cosas de perros, pero claro,
bien pensado, de qué pueden hablar dos personas que no se conocen de nada,
aunque ciertamente y aún sin conocerse, lo que si saben es que tienen algo en
común. Sus perros.
Cuando
se aburrió de jugar con ellos, se dio la vuelta para regresar al lugar donde el
chico se había quedado.
A
medida que se acercaba, intentaba distinguir la cara del chico pero, debido al
viento que la daba de espalda como empujándola y los pelos, que por el mismo
motivo se la metían en los ojos, la costaba reconocerle.
Ya,
muy cerca del banco, pudo apreciar para su asombro que él no estaba allí. Ni él, ni los otros chicos con los que le había dejado. Echó un vistazo
hacia la derecha, en ese otro banco no había nadie. Con el rabillo del
ojo miró hacia la izquierda, y pudo ver un chico reposando tranquilamente.
Volvió
a sonreír y se dirigió con sus andares airosos y refinados hacia allí. - ¡Qué
tonta!- pensó, como me he podido despistar de ese modo.
Y
tanto que se había despistado, aquel muchacho tampoco era él.
En
el parque apenas quedaba gente. Los niños se habían ido con sus padres y
salvo dos ancianos que continuaban caminando muy despacio, no había nadie.
Rotó
tres veces sobre si misma buscando al chico, no se atrevía a
moverse de allí, seguramente él estaría buscándola también, ¿Pero dónde? Se
sentó y decidió esperar, era lo más prudente.
Al
cabo de un buen rato ya estaba desesperada, veía como poco a poco, el sol iba
dispersándose y las farolas del parque comenzaban a iluminarse. Ahora ya no
había nadie. Estaba sola.
¿Qué
podía hacer? Después de pensarlo un momento, consideró que lo mejor era volver
a casa, no sería muy difícil, aunque ese camino no lo había hecho nunca,
podía recordar por donde habían venido. Claro que tenía otros problemas,
debería de cruzar las calles, pero bueno, eso tampoco era mayor
inconveniente, esperaría que el semáforo cambiara y cuando viera que los coches
paraban cruzaría, lo mismo que hacia cuando paseaba con ellos.
Sin
más, se levantó y se dirigió hacia la gran puerta por donde había entrado.
¡Qué
desastre! no lo podía creer. Estaba cerrada. ¿Y ahora, que iba hacer, por dónde
iba a salir?
Revisó
todos los rincones posibles e intentó colarse por las verjas de la puerta, pero
estuvo a punto de perder la cabeza, porque se quedó atrapada durante un rato, y
a fuerza de respirar muy despacio y sosegarse, consiguió desatorarse.
Siguió
pensando en la manera de salir. Se le ocurrió que igual al fondo,
guiándose por el sonido del mar, llegase a la playa que debiese estar cerca y
marchar por allí.
Cuando
consiguió ver la playa, era noche cerrada,
apenas había luz. Sólo en el mar se veía pequeñas y lejanas luces
de algunos de los enormes barcos que parecían varados en el inmenso mar.
Su
desesperación fue en aumento al observar que la altura entre el lugar donde
estaba y la playa era enorme. Ella era muy pequeña y no podría tirarse desde
allí.
Desesperada,
se sentó en el suelo y cabizbaja, comenzó a llorar
desconsoladamente.
No
se explicaba como él, la podía a ver dejado allí sola, ¿Por qué no la
había buscado?, no podía ser que ella se hubiera alejado tanto como para no
verla. ¿Por qué se había ido? tal vez… ¿la había abandonado?, por eso la había
traído hasta aquel gran parque que ella no conocía, ¿sabía él, que cerraban la
puerta?, ¿Por qué?, ¿Por qué se había ido sin ella?
Un
gran estruendo la sobresaltó. Súbitamente comenzó a resplandecer sobre el
mar luces que descendían como puñales sobre él, y al momento el cielo emitía
sonidos bruscos y violentos que impregnaban sus oídos haciéndola
ensordecer. Eran truenos.
El
miedo se apoderó de ella. Se sentía sola, no recordaba un momento tan cruel en
su vida, ella que desde pequeña había estado rodeada de gente, ahora, estaba
completamente sola, y además con aquella tormenta acechando.
Corrió,
corrió sin control, estaba como poseída, con una sensación terrible de
pena. Consiguió llegar hasta el trenecito que había visto cuando entró en
el parque. De un salto se encajó en él buscando cobijo. El agua entraba por
todos los sitios, se arrebujó debajo de los asientos y comenzó a llorar otra
vez exasperadamente.
Lloraba
por haber sido tan descuidada, cuántas veces la advirtieron de que no debía
irse sola. Lloraba, porque tenía sed, su boca estaba seca, sentía como su
lengua se volvía un trapo. Lloraba, porque tenía hambre, y frío y pena,
mucha pena.
¿La
habían dejado sola o se había perdido ella? Después de un rato de llanto
desolado, abatida por la tristeza se quedó dormida. Estaba perdida.
Por
la mañana, levantó la cabeza y se golpeó con el asiento, no sabía muy bien
donde estaba, pero en un momento, de repente recordó. Estaba sola, perdida.
¡kora!
¡kora!.
Era
él, era su voz, salió corriendo de su escondite y comenzó a ladrar como nunca
lo había hecho, no muy lejos estaban ellos. ¡Si eran ellos! Estaban todos,
habían venido a buscarla, no la habían abandonado.
Ladrando
y moviendo su rabito tanto que parecía que se le iba a desencajar, se subió de
un salto a sus brazos. Le lamía la cara sin parar, era a la única manera de
darle las gracias, de decirle lo mucho que le había echado en falta y lo mucho
que le necesitaba.
Metió su cabeza entre la del chico y su
hombro, cerró los ojos y pensó,
-Uh soy una perrina con suerte. Con mucha
suerte.
Un relato muy bonito que, al comienzo, me despistó en cuanto a la figura de la protagonista. En un principio llegué a pensar que sería un relato de estos de "En los límites de la realidad"
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