La Navidad, ese tortuoso período del año que yo extirparía de
un zarpazo del almanaque sin remordimientos. Aborrezco profundamente todo lo
que signifique el preludio de esos días plagados de interminables y letárgicas
veladas familiares por compromiso, almuerzos de empresa soportando al jefe,
regalos de los que no deseo ser la destinataria, mensajes hipócritas cargados
de buenos augurios, brillantes escaparates con luces multicolores anunciando,
cuando aún no he guardado el bañador, el gordo de la Lotería, la llegada de
Papá Noel y los turrones de Jijona. ¡Por Dios!
¿Dónde ha quedado el auténtico
espíritu navideño? ¿A qué imaginario y
oscuro territorio ha ido a parar sin posibilidad de repatriación? En su lugar
una fiebre consumista nos hostiga e intimida desde cualquier lugar desde el que
mires, instándonos a comprar sin necesidad, a comer sin hambre, a llenarnos la
cabeza de estúpidas ilusiones haciéndonos creer que alcanzaremos la felicidad
plena por adquirir un coche, una joya o un vestido de firma, en vez de
centrarnos en lo que realmente importa.
Una auténtica locura a la que todos nos
vemos abocados en estos días sin posibilidad de escapatoria. Si de mi
dependiera, desaparecería entre el quince de diciembre y el diez de enero. Sin
importarme el destino, no así la compañía.
Extracto de mi novela ESPÉRAME EN PARÍS
Extracto de mi novela ESPÉRAME EN PARÍS
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