BYE, BYE NAVIDAD
Llevo desde el día 2 de diciembre escuchando la frase “Feliz Año” y lo que me queda. Porque parece que se abre la veda en el mes noviembre y la gente se cree que puede seguir felicitando el año hasta el mes de abril así, sin ningún pudor.
Feliz
año. Dos palabras que encierran una insustancial fórmula de cortesía que
repetimos como autómatas a cada persona que nos sale al encuentro. Igual que si
nos hubieran programado el cerebro para que en cada época del año soltemos esas
expresiones tan trilladas como artificiales, pero tan políticamente correctas.
Y luego llegará San Valentín, la Semana Santa, el verano...y en cada una de
esas ocasiones nuestra mente se vuelve a reprogramar con nuevas instrucciones
para que reemplacemos el “feliz año” por “feliz verano” o lo que toque. Todo
tan cumplido, tan urbano, tan disfrazado.
Todas
esas personas que no hacen el más mínimo amago por verte o por saber de ti durante trescientos sesenta y cuatro días y
que el 31 de diciembre se descuelgan deseándote paz y amor con un mensaje enlatado
y frío, mil veces repetido y que envían
de forma indiscriminada por whatsapp a todos sus contactos…¿a quién creen que
engañan? ¿a qué juegan y qué pretenden?
Porque
la realidad es que cuando llega el momento de la verdad, y necesitas el apoyo,
la ayuda o la atención de alguien es entonces, y sólo entonces, cuando te das
cuenta de que la apariencia es el bello y primoroso papel de regalo que
envuelve a nuestra sociedad. Tan hermoso como postizo. Tan delicado como
peligroso.
Conozco
a personas que mutan en navidad. Por unos días el espíritu navideño se apodera
de ellos, incomprensiblemente. Y
si eres todavía inocente y aun crees en los cuentos de hadas, hasta
podrías pensar que los milagros existen y la gente puede invertir su esencia.
Mentira. Solo espejismos. Cuando llega el 7 de enero vuelven a ser los mismos
mezquinos, deshonestos e hijos de puta de siempre. Auténticos canallas. Y aquí
aplico el término canalla en la peor de sus versiones.
Este
año he podido comprobar todo esto más que nunca. Los reveses de la vida te
golpean inevitablemente pero, a la vez, destapan esa venda de tus ojos ubicando
a cada uno en el lugar que legítimamente le corresponde, ya sea éste un palacio, un
circo, la esquina de un polígono industrial, las cloacas o el mismo Olimpo.
Este
año que se ha ido he constatado que la familia no es con la que compartes lazos
sanguíneos ni el cordero navideño, sino con la que compartes transfusiones de
risas, de momentos, de favores, de charlas y de felicidad. Que los amigos de
verdad, estaban, están y estarán. Y que los que han salido de mi vida, es
porque no merecían estar en ella.
Que hay personas que llegan a tu vida para enseñarte que otras sobran.
He
entendido que el amor tiene que ser el intercambio de generosidad, de ganas y
de detalles en dos direcciones y que cuando sólo transita por una, está
condenado al fracaso.
Y he
comprobado, para mi desgracia, como el ego y la vanidad son capaces de dirigir
la existencia de alguna persona.
La vida
es un juego de intenciones, de intereses y de intercambios. De réditos y
créditos. De envites arriesgados y puertas con llave maestra. De rivalidades y
desafíos, en donde tanto el debe como el haber deben estar en perfecto
equilibrio si no deseamos naufragar. En realidad eso es así durante todo
el año, pero en esta época se camufla en forma de generosas intenciones. Pura y
repugnante comedia.
¡Cuántas
cosas tendríamos que dejar de hacer por educación, por miedo, por comodidad o
por satisfacer a alguien! ¡Cientos! Ya os lo digo con absoluta certeza. Podría
hacer una lista tan larga como para empapelar mi casa. No voy a mencionar ni
una. Prefiero que las personas que lean esta entrada recapaciten sobre ello.
Y luego
está la dichosa palabra. Feliz. Cuando alguien te desea felicidad, ¿a qué
se refiere exactamente? La felicidad es algo tan intangible, tan fugaz e
impreciso, tan abstracta e indefinible. Lo que a mí me inunda de energía, de
ánimo y de entusiasmo, puede estar en las antípodas de lo que impulse y motive
a otra persona. Y la gente menciona la palabra felicidad con esa liviandad…
¡Insensatos!
Al año
que comienza sólo le pido que no me robe nada, que me sume y no me reste. Que
me permita seguir disfrutando de salud y de los afectos de la gente que me
importa de verdad. Todo lo que le pido no tiene precio pero sí un incalculable valor.
No
puedo intervenir en la salud, pero sí puedo cuidar y mimar a la gente que
quiero y que me quiere y también puedo volcar mis esfuerzos en encontrar todos
los días un momentito de felicidad. Simplemente eso, ya es una victoria.
Todo lo
demás, es lo de menos.
Muy bien contado, pero muy duro.
ResponderEliminarNadie obliga a ser agradable o a intercambiar una palabras de cortesía, pero no por ello, en un contexto normal, ante un Feliz Navidad vas a responder un ¡que te jodan!
Creo que todo no es blanco o negro, o amigos o enemigos, en la vida hay tibiezas que a veces se acaban decantando al frío o al calor.. pero mientras son tibias tienes que mantener un mínimo de educación.
Un saludo,
Rocío
Tienes razón. Tiendo a ser radical y, a veces, me viene bien leer comentarios como el tuyo para recapacitar y ver que, efectivamente, no todo es blanco o negro.
ResponderEliminarMuchas gracias por leer y comentar, Rocío.