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jueves, 5 de enero de 2017

BYE, BYE NAVIDAD




BYE, BYE NAVIDAD


Llevo desde el día 2 de diciembre escuchando la frase “Feliz Año” y lo que me queda. Porque parece que se abre la veda en el mes noviembre y la gente se cree que puede seguir felicitando el año hasta el mes de abril así, sin ningún pudor.

Feliz año. Dos palabras que encierran una insustancial fórmula de cortesía que repetimos como autómatas a cada persona que nos sale al encuentro. Igual que si nos hubieran programado el cerebro para que en cada época del año soltemos esas expresiones tan trilladas como artificiales, pero tan políticamente correctas. Y luego llegará San Valentín, la Semana Santa, el verano...y en cada una de esas ocasiones nuestra mente se vuelve a reprogramar con nuevas instrucciones para que reemplacemos el “feliz año” por “feliz verano” o lo que toque. Todo tan cumplido, tan urbano, tan disfrazado.




Todas esas personas que no hacen el más mínimo amago por verte o por saber de ti  durante trescientos sesenta y cuatro días y que el 31 de diciembre se descuelgan deseándote paz y amor con un mensaje enlatado y frío,  mil veces repetido y que envían de forma indiscriminada por whatsapp a todos sus contactos…¿a quién creen que engañan? ¿a qué juegan y qué pretenden?

Porque la realidad es que cuando llega el momento de la verdad, y necesitas el apoyo, la ayuda o la atención de alguien es entonces, y sólo entonces, cuando te das cuenta de que la apariencia es el bello y primoroso papel de regalo que envuelve a nuestra sociedad. Tan hermoso como postizo. Tan delicado como peligroso.

Conozco a personas que mutan en navidad. Por unos días el espíritu navideño se apodera de ellos, incomprensiblemente. Y si eres todavía inocente y aun  crees en los cuentos de hadas, hasta podrías pensar que los milagros existen y la gente puede invertir su esencia. Mentira. Solo espejismos. Cuando llega el 7 de enero vuelven a ser los mismos mezquinos, deshonestos e hijos de puta de siempre. Auténticos canallas. Y aquí aplico el término canalla en la peor de sus versiones.

Este año he podido comprobar todo esto más que nunca. Los reveses de la vida te golpean inevitablemente pero, a la vez, destapan esa venda de tus ojos ubicando a cada uno en el lugar que legítimamente le corresponde, ya sea éste un palacio, un circo, la esquina de un polígono industrial, las cloacas o el mismo Olimpo.

Este año que se ha ido he constatado que la familia no es con la que compartes lazos sanguíneos ni el cordero navideño, sino con la que compartes transfusiones de risas, de momentos, de favores, de charlas y de felicidad. Que los amigos de verdad, estaban, están y estarán. Y que los que han salido de mi vida, es porque no merecían estar en ella.

Que hay personas que llegan a tu vida para enseñarte que otras sobran.

He entendido que el amor tiene que ser el intercambio de generosidad, de ganas y de detalles en dos direcciones y que cuando sólo transita por una, está condenado al fracaso.

Y he comprobado, para mi desgracia, como el ego y la vanidad son capaces de dirigir la existencia de alguna persona.

La vida es un juego de intenciones, de intereses y de intercambios. De réditos y créditos. De envites arriesgados y puertas con llave maestra. De rivalidades y desafíos, en donde tanto el debe como el haber deben estar en perfecto equilibrio si no deseamos naufragar. En realidad eso es así durante todo el año, pero en esta época se camufla en forma de generosas intenciones. Pura y repugnante comedia.

¡Cuántas cosas tendríamos que dejar de hacer por educación, por miedo, por comodidad o por satisfacer a alguien! ¡Cientos! Ya os lo digo con absoluta certeza. Podría hacer una lista tan larga como para empapelar mi casa. No voy a mencionar ni una. Prefiero que las personas que lean esta entrada recapaciten sobre ello.

Y luego está la dichosa palabra. Feliz. Cuando alguien te desea felicidad,  ¿a qué se refiere exactamente? La felicidad es algo tan intangible, tan fugaz e impreciso, tan abstracta e indefinible. Lo que a mí me inunda de energía, de ánimo y de entusiasmo, puede estar en las antípodas de lo que impulse y motive a otra persona. Y la gente menciona la palabra felicidad con esa liviandad… ¡Insensatos!

Al año que comienza sólo le pido que no me robe nada, que me sume y no me reste. Que me permita seguir disfrutando de salud y de los afectos de la gente que me importa de verdad. Todo lo que le pido no tiene precio pero sí un incalculable valor.

No puedo intervenir en la salud, pero sí puedo cuidar y mimar a la gente que quiero y que me quiere y también puedo volcar mis esfuerzos en encontrar todos los días un momentito de felicidad. Simplemente eso, ya es una victoria.

Todo lo demás, es lo de menos.



2 comentarios:

  1. Muy bien contado, pero muy duro.
    Nadie obliga a ser agradable o a intercambiar una palabras de cortesía, pero no por ello, en un contexto normal, ante un Feliz Navidad vas a responder un ¡que te jodan!
    Creo que todo no es blanco o negro, o amigos o enemigos, en la vida hay tibiezas que a veces se acaban decantando al frío o al calor.. pero mientras son tibias tienes que mantener un mínimo de educación.

    Un saludo,
    Rocío

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  2. Tienes razón. Tiendo a ser radical y, a veces, me viene bien leer comentarios como el tuyo para recapacitar y ver que, efectivamente, no todo es blanco o negro.
    Muchas gracias por leer y comentar, Rocío.

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