A PROPÓSITO DE CAÑIL
Epílogo de Curro Castillo
El atractivo
irrefrenable de Susana Cañil nace de su condición de apóstata del
convencionalismo y las formas. Las externas, claro. Ella, La Cañil, que protege
al extremo la expresión pública de las maneras y las mima y protege más que el
magnate ruso Roman Abramovich su seguridad. La autora de “Cañilismos Canallas –La taberna de mi
entrepierna-“, se desliza con suavidad, firmeza, agilidad y precisión
desconcertantes, como una campeona olímpica de patinaje artístico, en el doble
filo de su franqueza kamikaze y su desconcertante apariencia ingenua de
princesa perfecta ajena a los vaivenes del mundanal ruido.
Muy dama, muy elegante.
Cierto. Propietaria de las escrituras de su identidad. Cierto. Carisma elevado
muy por encima de los siempre puntuales doce centímetros de tacón. Cierto. Sin
embargo, La Cañil, guarda un póker de ases en la manga. La trastienda ganadora de
su inteligencia reserva, en algún lugar, una selva en la que impone su melena
de leona libre, voraz, ilimitada e inacabable. El Míster Hyde del Doctor
Jeckill no pasa de aprendiz recién
iniciado comparado con la cara oculta de la luna Cañil. En este paraíso tan
deseado por instintos de todas las alturas reside la seguridad de sus
fortalezas, la legitimidad de su inteligencia, la virtud de su brillantez, la
grandeza de su identidad. Valores firmes a prueba de la falsedad mediocre de
los que no perdonan el fracaso de su violencia destructiva ante la barrera
infranqueable de su autenticidad sencilla y radical. En este espacio de acero
aterciopelado Susana dirige con maestría “La taberna de su entrepierna”, con el
más puro estilo Rick’s de Casablanca en una mano y un Coctel Cañilov en la
otra. Desde este recodo resguardado de su galaxia audaz, La Cañil desafía a su propia
alma y abandona sin vigilancia el mapa del tesoro de su memoria. Desde este
universo desahoga Susana su dimensión más canalla y espontánea, sin
cortafuegos, y acomete hasta la zalamería el origen y el soporte verídico de
nuestras evidencias más artificiales...
El epílogo continúa, por supuesto, pero si queréis leer el resto, podéis pedir el libro en:
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