Cuando era pequeña existía
la costumbre, que muchos recordaréis, de tener unos pocos vestidos destinados
solamente a los domingos o a ocasiones señaladas. Los niños crecíamos a un
ritmo vertiginoso y apenas nos daba para dos puestas. Quedaban sin amortizar,
pues, por ese tipo de conductas absurdas que acompañan a una época y que visto
ahora desde la distancia me resulta hasta cómico recordar. Y en el caso de los adultos, me vienen a la
memoria trajes maravillosos de mi madre, confeccionados a medida por su modista
personal, que acumulaban polvo y estaciones en los armarios, a la espera
de que llegara el ansiado domingo o esos días
"especiales" para lucirlos en su majestuosa belleza, que en el caso
de mi madre era inconmensurable.
Este carácter mío, rebelde e
inconformista, un cincuenta por cien como resultado del intercambio del material
genético de mis padres y el otro cincuenta como decisión personal, provocaban
irremediablemente que me sublevara ante tamaña estupidez con apenas cuatro
años. Si me gustaba un vestido… ¿por qué no podía ponérmelo cuando me diera la
gana?
Hace cuatro años, tras una
desgracia personal, entendí, o mejor dicho, por fin interioricé, la esencia de
cuán efímera es nuestra existencia, pero sobre todo, como puede dar la vuelta
tan solo en el tiempo en el que centellea un relámpago. No somos conscientes de
que estamos de paso por esta calle llamada Vida, y durante un tiempo
tremendamente limitado en el mejor de los casos, siempre que Don Destino no
decida abordarte en mitad del paseo para invitarte sin miramientos a cruzar al
otro lado de la vía.
Fue entonces cuando algo en
mi cerebro mutó. Los cables se desconectaron o, tal vez, se conectaron por fin,
¡quién sabe!
El caso es que mis
coordenadas vitales se vieron alteradas bruscamente. Había perdido
irremediablemente a un ser cercano y querido. Mi hermano ya no volvería nunca
más a hacerme morir de la risa con sus chistes malos que él convertía en
geniales, ni a recomendarme libros para leer. Ya no discutiríamos sobre política o cine, ni iríamos de excursión por los pueblos de la sierra
madrileña. Se iba a perder el
crecimiento de mis hijos, jugar al Trivial en navidad y ver mis libros
publicados. Precisamente él, lector voraz y la persona clave en mi vida que sembró
en mí la semilla de la curiosidad la primera vez que me puso un libro en las
manos.
Siempre he querido que mis
días fueran especiales, pero desde entonces lo son todos y cada uno de ellos,
según me levanto por la mañana.
No digo que no a ningún plan
que me apetezca por muy cansada que esté. He triplicado el número de veces que
digo “te quiero” a las personas que me importan. No basta con que ellos lo
sepan, hay que verbalizarlo, porque tal vez mañana sea muy tarde y lo que no se
dice en alto, no existe. No guardo ropa, perfumes o joyas sólo para lucirlos en
días destacados. Los utilizo cada vez que quiero. Mi mente y mi cuerpo están
alerta, receptivos y dispuestos para que me sucedan cosas, buenas y malas. He
perdido el miedo a los errores y no malgasto mi tiempo con la gente equivocada.
Me bebo la vida a granel y por descontado, ya no hago planes más allá de
veinticuatro horas.
Si esperamos el momento ideal, las circunstancias propicias y el
alineamiento perfecto de todos los planetas para afrontar, emprender, cambiar,
romper, modificar o mandar al mismísimo carajo a algo o a alguien, nunca lo
encontraremos. Siempre nos devorará esa vorágine en la que vivimos inmersos,
preñada de amistades por compromiso, de intercambio de hipocresías, de consejos
que no has solicitado, de metas que te son ajenas, de gente anónima que,
misteriosamente, pulula por tu vida a diario invadiendo tu intimidad sin ningún
escrúpulo.
¿Cuántas veces nos hemos preguntado este año a nosotros mismos "pero
qué coño hago aquí"?
Hoy es un día
extraordinario por la única razón de que estoy viva.
Si hoy brilla el sol, lo quiero
entero para mí. Y mañana, ya lidiaré con la tormenta. Pero eso, será mañana.
Autora del texto. Susana Cañil
Derechos Reservados
Golpeas dentro, Susana. No sé si odiarte o apreciarte por ello. Golpeas donde está sensible, ese sitio que nos ha quedado expuesto a los que hemos tomado un camino parecido al tuyo. Gracias.
ResponderEliminarLas gracias te la doy yo a ti. Por leerme, por entender a la perfección lo que he querido expresa ( no todo el mundo es capaz) y por dedicarme un poco de lo más valioso que tienes; tu tiempo. Un gran abrazo, José.
Eliminar