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martes, 3 de octubre de 2017

SÓLO SE VIVE UNA VEZ



Cuando era pequeña existía la costumbre, que muchos recordaréis, de tener unos pocos vestidos destinados solamente a los domingos o a ocasiones señaladas. Los niños crecíamos a un ritmo vertiginoso y apenas nos daba para dos puestas. Quedaban sin amortizar, pues, por ese tipo de conductas absurdas que acompañan a una época y que visto ahora desde la distancia me resulta hasta cómico recordar.  Y en el caso de los adultos, me vienen a la memoria trajes maravillosos de mi madre, confeccionados a medida por su modista personal, que acumulaban polvo y estaciones en los armarios, a la espera de  que llegara el  ansiado domingo o esos días "especiales" para lucirlos en su majestuosa belleza, que en el caso de mi madre era inconmensurable.

Este carácter mío, rebelde e inconformista, un cincuenta por cien como resultado del intercambio del material genético de mis padres y el otro cincuenta como decisión personal, provocaban irremediablemente que me sublevara ante tamaña estupidez con apenas cuatro años. Si me gustaba un vestido… ¿por qué no podía ponérmelo cuando me diera la gana? 

Aquí me tenéis de pequeña, posando feliz para el fotógrafo que vino a casa a inmortalizarme ese día. Dicen mis hermanos que luego la lié cuando tuve que desprenderme de uno de mis vestidos favoritos. Y les creo.




Hace cuatro años, tras una desgracia personal, entendí, o mejor dicho, por fin interioricé, la esencia de cuán efímera es nuestra existencia, pero sobre todo, como puede dar la vuelta tan solo en el tiempo en el que centellea un relámpago. No somos conscientes de que estamos de paso por esta calle llamada Vida, y durante un tiempo tremendamente limitado en el mejor de los casos, siempre que Don Destino no decida abordarte en mitad del paseo para invitarte sin miramientos a cruzar al otro lado de la vía.

Fue entonces cuando algo en mi cerebro mutó. Los cables se desconectaron o, tal vez, se conectaron por fin, ¡quién sabe!

El caso es que mis coordenadas vitales se vieron alteradas bruscamente. Había perdido irremediablemente a un ser cercano y querido. Mi hermano ya no volvería nunca más a hacerme morir de la risa con sus chistes malos que él convertía en geniales, ni a recomendarme libros para leer. Ya no discutiríamos sobre política o cine, ni iríamos de excursión por los pueblos de la sierra madrileña. Se iba a perder  el crecimiento de mis hijos, jugar al Trivial en navidad y ver mis libros publicados. Precisamente él, lector voraz y la persona clave en mi vida que sembró en mí la semilla de la curiosidad la primera vez que me puso un libro en las manos.

Siempre he querido que mis días fueran especiales, pero desde entonces lo son todos y cada uno de ellos, según me levanto por la mañana.

No digo que no a ningún plan que me apetezca por muy cansada que esté. He triplicado el número de veces que digo “te quiero” a las personas que me importan. No basta con que ellos lo sepan, hay que verbalizarlo, porque tal vez mañana sea muy tarde y lo que no se dice en alto, no existe. No guardo ropa, perfumes o joyas sólo para lucirlos en días destacados. Los utilizo cada vez que quiero. Mi mente y mi cuerpo están alerta, receptivos y dispuestos para que me sucedan cosas, buenas y malas. He perdido el miedo a los errores y no malgasto mi tiempo con la gente equivocada. Me bebo la vida a granel y por descontado, ya no hago planes más allá de veinticuatro horas.

Si esperamos el momento ideal, las circunstancias propicias y el alineamiento perfecto de todos los planetas para afrontar, emprender, cambiar, romper, modificar o mandar al mismísimo carajo a algo o a alguien, nunca lo encontraremos. Siempre nos devorará esa vorágine en la que vivimos inmersos, preñada de amistades por compromiso, de intercambio de hipocresías, de consejos que no has solicitado, de metas que te son ajenas, de gente anónima que, misteriosamente, pulula por tu vida a diario invadiendo tu intimidad sin ningún escrúpulo.

¿Cuántas veces nos hemos preguntado este año a nosotros mismos "pero qué coño hago aquí"?

Hoy es un día extraordinario por la única razón de que estoy viva.

Si hoy brilla el sol, lo quiero entero para mí. Y mañana, ya lidiaré con la tormenta. Pero eso, será mañana.

Autora del texto. Susana Cañil
Derechos Reservados



2 comentarios:

  1. Golpeas dentro, Susana. No sé si odiarte o apreciarte por ello. Golpeas donde está sensible, ese sitio que nos ha quedado expuesto a los que hemos tomado un camino parecido al tuyo. Gracias.

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    1. Las gracias te la doy yo a ti. Por leerme, por entender a la perfección lo que he querido expresa ( no todo el mundo es capaz) y por dedicarme un poco de lo más valioso que tienes; tu tiempo. Un gran abrazo, José.

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