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martes, 9 de mayo de 2017

UN FLECHAZO


UN FLECHAZO

por Susana Cañil



Llevo más de una hora dando vueltas por la tienda con resultado infructuoso. Y eso que son tres enormes plantas y hay oferta más que de sobra para satisfacer los gustos más exigentes. No sé si será el día, que hoy ha amanecido plúmbeo y con ganas de lloriquear (porque el chirimiri que ha caído no alcanza a ennoblecerse con la categoría de lluvia) o mi ánimo no está hoy para romerías. Tal vez lo segundo es consecuencia de lo primero, pero la cuestión es que no encuentro nada que me atraiga de verdad. Es bien cierto que tengo la exótica costumbre de no buscar, prefiero que todo me encuentre a mí, salvo en casos de urgencia. O en los de necesidad máxima en los que no me queda más remedio que abandonar la aventura y caer en manos de la previsión.  Y hoy, es uno de esos días.




Doy vueltas, recorro estanterías, miro, rebusco…Esto se está poblando de humanidad y yo detesto los aforos que exceden lo razonable, es decir, cuando empiezo a notar que mi espacio vital es invadido con aliento ajeno. Recibo un pequeño empujón con bolsazo incluido de una señora que mientras camina sin rumbo fijo, escribe algo en su móvil. No digo nada, pero la fulmino con una de mis miradas asesinas y la mando a la otra punta del local. Y además, aborrezco la horrible música que suena de fondo; me turba y me desvía de mi misión. Habría que despedir al que la elige. Mi humor acaba de vestirse definitivamente de luto y decido abandonar la búsqueda.

Entonces le veo. Me llama la atención irremediablemente. ¡Qué elegante es! Tiene sus años, se le nota en la presencia, pero también posee el atractivo irrefrenable del que tiene mucho que contar y enseñar. Su aspecto exterior es saludable, tal vez unas arrugas que podrían haberse evitado y un cierto aire maravillosamente decadente en los colores que le visten. ¿De dónde ha salido? Si he recorrido cada centímetro del local y no le he visto. Y desde luego, no pasa desapercibido. El destino, siempre zascandil y juguetón como un revoltoso infante.

Miro a su alrededor y compruebo con alegría indisimulada que está solo. Me acerco poco a poco, con cadencia calculada y un fin premeditado; oler su perfume. Para mí es fundamental el aroma, también  el tacto, claro. Pero eso ahora es inviable. Él me mira. Sí, me está mirando sin disimulo y con cierta insolencia. ¡Y su mirada se traduce en tantas sensaciones! Estoy nerviosa y algo excitada. Esto es un flechazo en toda regla, me digo. ¡Y no lo voy a dejar pasar! Me armo de valor y por fin me sitúo a su lado;  ambos nos medimos en esa distancia tan corta que casi nos rozamos, pero tan eterna cuando dos desconocidos se mueren por dejar de serlo. Aspiro su olor. ¡Joder, qué bien huele! Mil pensamientos cascabelean en mi cabeza. El mundo a nuestro alrededor acaba de desaparecer. Ya no veo a nadie, ni escucho ruidos, la música ha cesado y la señora que me propinó el bolsazo ha pasado a pertenecer a otro universo. Solos él y yo. No hay manera de esquivar el roce, ni lo deseo. Y cuando su tacto se posa sobre mi piel, me encanta; suave, atrayente y muy masculino.  Nos deseamos y no hay vuelta atrás. Le agarro entre mis manos y él se deja guiar hacia la salida sin oponer resistencia. Tengo tantas ganas de llegar a casa y devorarlo que tropiezo al bajar las escaleras por las prisas. Menos mal que el tramo no era excesivo y he podido reconducir la trayectoria de la caída. Aterrizo encima de él y me río a carcajadas. Ambos estamos bien y un señor muy amable me ayuda a levantarme.

Me lo llevo – le digo a la cajera, saltándome la fila para pagar y con el dinero preparado en la mano.

¿Quiere ticket regalo? – me pregunta muy amable.

Oh, no. Muchas gracias. Un libro nunca me va a defraudar hasta el punto de querer devolverlo.

Salgo de la tienda y una escandalosa tormenta de aguanieve ha terminado por tapizar Madrid. Pero ahí está él, esperándome. Ha salido del coche y avanza hacia mí con el paraguas desplegado y su maravillosa sonrisa. Sabe que odio la lluvia, pero más todavía que mi melena se encrespe. Me quedo unos segundos, resguardada debajo  de la marquesina, mirando su estampa. Está arrebatador con ese vaquero que resalta todos sus poderes sobre mí. El libro y él han terminado por empaparme del todo y ahora me asalta la duda de con cual de los dos comenzaré a saciar mi apetito cuando llegue a casa.

Libros y hombres. Hombres y libros. No hay tanta diferencia entre ellos y los dos son capaces de transportarme a los mejores éxtasis.

7 comentarios:

  1. La era digital puede acabar con la mitad de este relato. Entonces solo quedará aquel que te cubre con su paragüas. Ya, lo sé, el olor de los libros, el tacto, etc., pero el ebook está ganando terreno poquito a poco, pura realidad.

    Muy bueno.

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    1. Ojalá nunca se extingan los libros en papel. O al menos, que yo ya no esté en este mundo para verlo. Mientras eso sucede, seguiré sucumbiendo a ellos. A los dos, claro.
      Gracias por leer y comentar, José. Un abrazo.

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  2. Una lectura entretenida. Me ha gustado en qué se ha convertido :)

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    1. Sabía que te gustaría, querido Javi. Un beso y gracias.

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  3. Interesante tus reflexiones que leo en Cañilismos canallas. Me gustan.

    Y yo tampoco desearía estar en un mundo que hiciera desaparecer el libro en papel, dejar de sostenerlo, palparlo, verlo en la estantería, olerlo... incluso cabrearme porque los traductores automáticos se olviden de acentos o escriban mal alguna palabra. El mundo de los sentidos se perdería demasiado.
    Desde Zaragoza no llega tu radio pero me agradaría escucharte en vivo.
    Sonámbulo

    (lavidasonambula.blogspot.com)


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  4. Muy interesante tu libro Cañilismos canallas...

    Y yo tampoco querría dejar de poseer el libro en papel, dejar de verlo en la estantería, oler su tinta, tocar su contraste de texturas...

    Lástima que desde Zaragoza no se oiga ese programa de radio tan original que haces...

    Mis saludos cordiales(lavidasonambula.blogspot.com.es)

    Sonámbulo.

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    1. ¡Gracias, Guillermo! Creo que todavía somos unos pocos los que nos resistimos al libro digital. Ojalá nunca desaparezca el libro tradicional. Y si lo hace, que yo ya no esté para verlo. Gracias por leer y comentar. Un abrazo.

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