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lunes, 11 de febrero de 2019

¿SEXO EN LA PRIMERA CITA?


¿SEXO EN LA PRIMERA CITA?



Mi entrada de hoy analiza un artículo que leí hace un tiempo en un suplemento femenino, de esos que yo antes admiraba por sus entrevistas y por abordar temas de calidad y  que ahora aborrezco un poquito más cada día. Rellenan sus páginas con reportajes sobre las “cremas milagro”, los secretos de la eterna juventud, avances con el botox, moda irreal a precios inalcanzables y entrevistas a famosillas, modelos y actrices de dudosa gloria. En definitiva, nada en lo que invertir mi preciado y escaso tiempo.

Pero estoy en la consulta del dentista y lleva un retraso monumental así que, decido entretenerme con algo que no sea de color rosa. Paso las páginas con rapidez, descartando todo aquello que no me interesa a primera vista, con la intención de devolver la publicación al revistero lo antes posible.
De repente un titular me llama la atención y comienzo la lectura. El reportaje plantea el tema de si tener sexo o no en la primera cita con un hombre. Y recalco, hombre. Me parece llamativo el hecho de que se escriba sobre algo así viviendo en el siglo en el que vivimos y que, además, el artículo aborde esa decisión desde el prisma femenino y su abanico de posibles consecuencias.



¿Por qué no desde un punto de vista general que incluya a los hombres también? Porque si es la primera cita, lo es para los dos, digo yo. Primer error o primer horror, que viene a ser lo mismo. La curiosidad me invade, aun cuando sé que todo lo que lea después va a resultar pura sandez.

Según avanzo en su lectura me voy soliviantando.  Plantea cuestiones tales como: “Cuál es el momento adecuado para hacerlo y ser una dama” o “Si intuyes que te vas a enamorar, es mejor esperar”.  Para mí ser una dama no depende de eso. Ni siquiera el hecho de nacer mujer te concede la distinción de dama. Esa alcurnia hay que ganársela cada día con tus actos, tu comportamiento, tus gestos… Hay que serlo las veinticuatro horas del día, en público y, especialmente,  cuando estás a solas contigo misma. Y por otra parte, habrá otras mujeres que ni deseen ni pretendan ser unas damas. En mi modesta opinión, igual de respetables.

¿Enamorarse en la primera cita? ¿Quién hace eso? De acuerdo que enamorarse es un acto irracional que no responde a ninguna lógica (yo misma  siempre me he enamorado de hombres que estaban en las antípodas del modelo que me atraía) pero no es menos verdad que es un proceso que requiere un cierto tiempo, roce, conocimiento, atención, entrega, valor, predisposición… Eso de amor a primera vista no existe. Existe atracción a primera vista, que es algo completamente diferente. ¡Y menos mal! Porque si tuviéramos que practicar sexo solamente teniendo la certeza absoluta de que es el amor de nuestra vida, algunas morirían vírgenes.


A veces, una conexión física brutal es suficiente para iniciar una relación  placentera sin vislumbres de un ulterior amor auténtico  y pluscuamperfecto, sin intrincadas y absurdas lazadas que incluyan en la ecuación a nuestro caprichoso corazón al que, en ocasiones, deberíamos dejar castigado en el banquillo. Ya habrá ocasión de sacarlo al campo de juego, si él mismo lo relama.

Cuando termino de leer el ¿artículo? me ha brotado urticaria por todo el cuerpo. Está escrito por una mujer, lo cual es aún peor. Corrobora mi teoría de que las mujeres somos nuestras peores enemigas.  Se pone en tela de juicio la honradez o decencia de una mujer, dependiendo de si se va a la cama con un hombre en la primera o en la quinta cita. ¡Vaya!  Desconocía que la dignidad o la virtud de una mujer se midieran por esos parámetros. Por otro lado, me gustaría saber la razón por la que no plantea los mismos interrogantes referidos a un hombre. ¿O es que a ellos se les presupone la decencia o la falta de ella de antemano?

El discurso es arcaico, decimonónico,  un fósil  con tintes rancios acorde con el periódico en el que se publica.  Mientras existan mujeres que escriban así, todo lo demás no valdrá para nada. No avanzaremos  si tenemos que luchar contra mentes estrechas y apolilladas  de nuestro propio género que van prendiendo etiquetas tan pasadas de moda como la vajilla de mi bisabuela  ¡El enemigo en casa!
Hoy en día una mujer toma sus propias decisiones, libres y  basadas en sus apetencias. Ajenas a cualquier comentario, crítica o posterior repercusión que pueda generar su comportamiento. Lo importante es  hacer las cosas cuando una quiera, en el momento que quiera y con quien quiera. Si está enamorada o si no lo está,  si responde a un acto de amor sublime  o a un puro instinto carnal, son detalles irrelevantes que en ningún caso definen la respetabilidad de una mujer ni la incluyen en ninguna categoría o clasificación. ¡Faltaría más!

¿Decencia? ¿Qué me decís de esas monjitas a las que se les descubrió una cuenta oculta en Suiza? ¿Acaso eso no es una obscenidad infinitamente más intolerable? A mí me lo parece, por mucho que presuman de vírgenes y castas, en el  hipotético caso de que lo sean. 
Obsceno, absurdo e indecente se me antoja el que a esta señora la permitan publicar algo así y encima la remuneren por ello.

Considero tan legítimo y natural que una mujer se vaya a la cama con un hombre en la primera o en la décima cita. Dependerá del momento, de la situación, del hombre, de las ganas, de las circunstancias y de mil factores maravillosamente incontrolables e imprevisibles… ¡o no! Pero sobre todo, que sea cuando a nosotras nos dé la real gana.

Y por otra parte, a veces es mejor en la primera cita porque… ¿quién te asegura que habrá una segunda?


Postdata: nunca más he vuelto a comprar ni a leer ese suplemento.

Autora del texto: Susana Cañil
Todos los derechos reservados

2 comentarios:

  1. No sé por dónde empezar a comentar porque aquí no se pueden poner gifs de esos de alguien vomitando, que si se pudiera, ese sería mi comentario. No por tu post, está claro, sino por el artículo que te lo ha inspirado.
    Aunque, bien pensado, poner una imagen de esas no es algo digno de una "dama". Será que no soy una dama. Será que quiero follar cuando y con quien me salga del coño (y, sobre todo, con quien me entre). Definitivamente, no soy una dama. Ni quiero serlo, si serlo significa convertirse en una de esas alienadas por un panfleto que no sirve ni como papel... de cocina.

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  2. ¡Ay, mi querida Su! (No) Te acabas de dar cuenta de la cuestión fundamental: la misoginia, el machismo y sus derivados más o menos adulterados y edulcorados nacen de las propias vísceras de las mujeres, proyectándolos hacia las demás féminas. No pretendo decir con ello que en el bando en el que milito, los “pichitas”, no se esté sobradamente a la orden del día al respecto, pero no te falta razón al afirmar, con palabras que pesan como piezas de granito, que las mujeres sois vuestras peores enemigas. Artículos como el que leíste no son otra cosa que la potenciación de la sumisión del elemento supuestamente débil al superior, a la guía suprema, a lo que se tercie, y muchas tías aún nacen y florecen dichosas con los dedos agarrotados en los barrotes; tenía su lógica en la época que vivieron nuestras madres, en los años en los que la mujer era considerada como medio subnormal (no solo en España, ojo, que en el Reino Unido, hasta pasada la década de 1970, una madre soltera era considerada legalmente deficiente mental); y creo que esta misoginia se potencia, se alimenta y retroalimenta por todos los medios, subrepticios o no, pues la sumisión al fascismo social debe ser (yo qué sé) la única forma fácil de alcanzar la “felicidad”. ¿No te has dado cuenta que estamos obligados a ser felices con máscaras de yeso?

    Si un hombre tiene sexo con una mujer en la primera cita es un hacha, si es la mujer, es una puta. Pero eso nunca lo dirá un hombre… Yo no; pero, ¿cuántas mujeres sí?

    Como ya te dije en una ocasión, ¿sexo en la primera? Sería lenguaje corporal y natural. Solo hace falta un contexto adecuado; una conexión superior que igual se funde tras el orgasmo, rompiéndolo todo; o igual no y dura toda la vida. Simple humanidad.

    ¿Somos mejores o peores por ello? Nos definen nuestros actos, no nuestras palabras. Aunque, en el caso de la literatura que disfrutaste como paso previo a la consulta del “piñatero”, son las palabras las que definen demasiadas cosas… con respecto a quien firmaba el artículo.

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