RESEÑA
DE SILENCIOS CANTADOS
Es domingo y en Madrid el
frío se nos ha echado encima sin permiso, después de un otoño camuflado de
estío que yo quisiera eterno. El día invita a sofá, manta, un buen libro o una
película pero el destino, siempre travieso, me reserva otros planes para esta
tarde de noviembre.
Me sacudo la pereza y decido
acompañar a varios amigos a ver un espectáculo del que sé lo justo. No he
mirado críticas ni he solicitado opiniones; nunca lo hago. No me gusta llegar
contaminada de comentarios camuflados en forma de elogios o de ataques, que fluctúan
según el interés. Tampoco leo a los especialistas en la materia, que
diseccionan el espectáculo con escalpelo y terminan por convertir su lectura en
una autopsia preñada de tecnicismos que ni comprendo ni quiero comprender.
Yo sólo entiendo de lo que
me araña el alma y con eso me es suficiente. Silencios Cantados, que así se
llama la obra escrita y representada por María Villarroya, lo hace con creces.
Y ahora, os cuento las razones.
El teatro Réplika se
convierte en el epicentro escénico de este tsunami emocional que no deja
indiferente ni aunque quisieras. Un espacio con aforo para unas 160 personas,
íntimo, acogedor, igual que el salón de tu casa pero desprovisto de cualquier ornamento
que desvíe la atención de lo que realmente importa.
El talento nunca ha
necesitado escaparates pomposos y este es un ejemplo clarísimo de ello. Se apagan
las luces e irrumpe María en escena como un terremoto que, sin previo aviso,
hace tambalear tus cimientos interiores con magnitud máxima en la escala de
Richter. Y ahí se acaba y empieza todo. María es la protagonista, el escenario,
el público y la música. El ángel y el demonio. La paz y la guerra. La derrota y
la victoria. El quiero, el puedo y el debo enzarzados en una cruenta batalla.
El corazón y la cabeza igual que dos bandas callejeras disputándose el
territorio. Una perfecta dicotomía que cambia de registro en el tiempo en que
aleteas tus pestañas y te lleva de viaje en primera clase con compañeros de
vuelo como el amor, la desgana, la ironía, el dolor, la esperanza, la pérdida,
la risa, el valor…
Cierto que había echado un
vistazo a su libro, deteniéndome en algunos textos. Imposible leer rápido un
ejemplar de casi dos kilos y con un contenido que necesita dos vidas para ser
interiorizado, pero es absolutamente incomparable lo que te hace sentir al
escucharla cantar, hablar y actuar. Que
tiene una voz portentosa es tan obvio que me resulta un ejercicio perezoso el
tener que mencionarlo, pero no solo basta con eso. Harta de escuchar gente que
canta bien, pero sin alma. No es el caso de Villarroya. Todo lo contrario.
Se
nos presenta dulce, vestida con un sencillísimo vestido de línea minimalista,
sin joyas ni maquillaje y un discreto moño y por unos instantes puedes caes en la trampa
inicial de pensar en cierta fragilidad y mucho candor. Nada más lejos de la
realidad. Durante hora y media no da tregua al espectador, que pasa por todos
los estados anímicos a golpe de mirada, pregunta a bocajarro o esos textos de
sus canciones que, insolentes, nos formulan preguntas incómodas y nos obligan a
expatriarnos de nuestra zona de confort.
En un mundo colonizado por
la mediocridad, en el que casi todo está dicho, escrito y hecho, yo no soy rastreadora de innovación, pero sí tan
admiradora como perseguidora de la excelencia. Ella inicia la función diciendo
que es una oficina de objetos perdidos. Yo añado, también, de objetos hallados.
Los que yo encontré esa tarde en la figura de María. Excelsa, cercana,
valiente, arrolladora, inteligente, diferente. Una auténtica diva vestida de la
más absoluta normalidad. Eso sí que es peligroso.
Este mes, ella y su
deliciosa obra, traspasan fronteras y apuestan (y arriesgan) por Buenos Aires.
Aunque el riesgo lo es mucho menos si quien produce y conduce esta aventura es
alguien como Mikel Barsa, una auténtica leyenda viva que tanto ama la música y
ha hecho por ella a nivel mundial. Un genio, un sabio musical al que admiro por su trayectoria y su entrega a la causa. Y porque me da la gana, también. Me atrevo a apostar por este caballo y su jinete con la seguridad de ganar.
Da igual Madrid, Buenos
Aires, Tombuctú o Júpiter, al final la música, la palabra y el amor son elementos
y emociones comunes a todo ser humano que nos enlazan y nos globalizan, nos
empujan y nos dan alas, siempre presentes en cualquier ecuación. Esas cosas
sencillas que nos ayudan a vivir, a ser un poquito más felices y que, a veces,
encontramos en nuestra particular oficina de objetos perdidos; el corazón.
¡Muchos éxitos, María!
Autora del texto: Susana Cañil
Mi Ilustre Escritora,
ResponderEliminarExorbitante reseña que incita a no perderse el musical.
Una vez más, enhorabuena.
Bs y Vs
Indy RT
Comprobarás en persona lo que digo cuando veas a María en el escenario, Indy. Millones de gracias por tu comentario.Besos.
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