domingo, 31 de diciembre de 2017

COSAS QUE APRENDÍ EN 2017



Es irremediable. Cada  diciembre, involuntaria e inevitablemente, vuelvo a hacer balance del año.  De todos esos momentos, convertidos ya en pura historia; una plétora de  vivencias que van a parar a mi mochila, tan rebosante a estas alturas, que tendré que trasladarlas a un trasatlántico o mejor, comprar un nuevo continente para que quepan todas holgadamente.



Este 2017, al que ya le han dado la extremaunción, deja tras de sí su particular testamento y un raudal de sensaciones. Algunas de difícil clasificación. Alegrías, kilos de risas compartidas, decepciones y traiciones, sorpresas, oportunidades, lágrimas, muchos desvaríos, envidias, grandes descubrimientos, amor…También certezas. La de saber que puedo con todo y que jamás renunciaré a ser como soy por intentar agradar a nadie. También esa otra, tan liberadora, de comprobar que todo pasa y que lo que ayer era una montaña de aspecto perverso y tránsito insalvable, hoy es un insignificante pellizco de arena  resbalando entre mis dedos.

No soy de las mujeres que dejan pasar los trenes. Yo me subo a casi todos, sin billete ni destino, aunque de algunos me vea obligada a arrojarme en marcha. Cualquier experiencia, por infernal que sea, contiene su cuota de positivismo y enseñanza. Y en estos 365 días he aprendido muchas cosas:

A no juzgar sin conocer.
Que las personas se delatan cuando no eres tú el que das el primer paso.
Que nadie se muere de amor.
Que la amistad es una carretera de doble sentido.
Que no hay verdades, hay versiones.
Que las acciones, y no el tiempo, sitúan a cada uno en su legítimo lugar, ya sea éste un palacio, un circo o el contenedor de los residuos tóxicos.
A huir de inmediato de todo lo que suponga alejarse de uno mismo.
Que los grandes momentos se esconden tras los pliegues de la cotidianidad.
Que quien no sabe reconocer errores ni pedir  perdón, no puede enseñarte nada.
Que todo lo importante llega cuando ya casi lo diste por perdido.
Que tengo mucha munición, pero no cualquiera merece que la gaste.
Que París valió esa misa.

La pasión, la impetuosidad y las ganas, son mis  fieles compañeras de viaje, desde que me levanto hasta que el sol se oculta. Eso me lleva a pisar muchos charcos, a atravesar jardines con cactus, a bucear entre tiburones y a tener que tratar con serpientes pitones. Por no hablar de los demonios y animales salvajes que habitan dentro de mí. Con tanto peligro, fuera y dentro, salir indemne es misión imposible. Es el precio a pagar por ser inconformista, curiosa y rebelde. Merece la pena. No cambio nada si la otra opción es vivir bajo el paraguas de la molicie, de las normas establecidas, las escritas y las que no, sobrevivir en  color gris… ¡No! Prefiero morir en rojo escarlata.

Hasta llegar a la persona que soy en la actualidad he tenido que degollar Trolls, disparar a Minotauros y comerme unos cientos de Pitufos, y lo que me queda.

El nuevo año que se nos echa encima será a ratos hostil, difícil e insoportable. Y por momentos, placentero, luminoso y transitable. Vamos, lo de siempre. Porque eso es la vida. Una de cal y una de arena. Porque si todo en ella fueran experiencias positivas, ¿qué espacio quedaría para el aprendizaje?
Tendrá de todo, ya que más de 8000 horas dan para un cóctel en el que participan todos los estados anímicos. Como debe ser.
Y así lo afronto. Con cautela y en estado de alerta. Sin grandes expectativas para no caer en el pozo del desencanto y las frustraciones. Pero también con mi paraguas para las tormentas, mi capa protectora para las decepciones, mi vestido de pasión para todos los días del año y la ilusión como ingrediente básico de mi alimentación.

El año se salda con momentos memorables. Los mejores no se pueden contar, ni siquiera imaginar. Tengo alguna cana más, fruto de los disgustos, de las preocupaciones y de las noches en vela. También unas cuantas arrugas que antes no estaban, producto de risas descontroladas, de enfados, de proyectos que nunca cristalizaron, de sorpresas inesperadas, de desencantos, de locuras…de pura vida.
Gracias a todos los que habéis estado a mi lado este año cuando realmente lo he necesitado.

A los que quieran seguir conmigo el camino el próximo año, que me acompañen. Yo sólo les prometo entregarme de la única forma que sé hacerlo: con pasión.
Y a los que no, buen viaje.


¡Feliz año, mis canallas!

martes, 21 de noviembre de 2017

EL HURACÁN Y LOS SALVADORES DEL MUNDO



EL HURACÁN Y LOS SALVADORES DEL MUNDO


No me acuerdo del año y tampoco del nombre del huracán porque entre que mi memoria es selectiva y ella por su cuenta mezcla fechas, datos y episodios a su libre albedrío,  siempre termino por imaginar cosas que nunca ocurrieron y marginando otras que fueron realidad. Mejor para mí. Solo sé que era uno de esos que ocupan portadas  y titulares en los periódicos y con el que abren tres días seguidos las noticias en todos los telediarios porque al cuarto, ya no le interesa a nadie. Siempre habrá una noticia política, deportiva o amarilla más apasionante de la que ocuparse.

Miles de muertos y desaparecidos, daños materiales, hambre, caos, incontables estragos, pero sobre todo, destrozos en el alma. De eso, sí me acuerdo. Nada nuevo ni distinto de todos los desastres naturales que hemos tenido que ver en casa después, desde nuestro confortable sofá.

Yo trabajaba por entonces en una gran empresa, en el departamento de recursos humanos que, precisamente de humano, tenía más bien poco, por no decir nada. Un trabajo que daba de comer a mi siempre mermada cuenta corriente, pero que dejaba hambrienta, huérfana y desolada a mi pobre almita, que reclamaba a todas horas creatividad y emociones fuertes.

En todas partes existe la figura del salvador del mundo. Ese que se convierte en adalid de las contiendas perdidas, el que toca el timbre de tu conciencia porque se cree con derecho a ello, el que hace de las supuestas causas justas su bandera y estandarte y pretende arrastrar al resto en su particular cruzada. Y allí, como no, teníamos el nuestro. En este caso, nuestra. Todo un lujo, la pava.

La noticia había saltado a primera hora de la mañana y ella que era de las que siempre llegaba la primera y se iba la última como si fuera a heredar la empresa, ya había movilizado a todo su ejército de escasas neuronas para ser la estrella del día, antes de que pusieran las calles. 






Rápidamente y sin encomendarse a nadie, redactó una breve nota en la que nos “invitaba” a colaborar con una donación destinada a todos los damnificados del huracán. La circular ruló por la empresa entre las casi cuatrocientas personas que formábamos parte de la plantilla, tanto en Madrid como en las distintas delegaciones provinciales con la que contaba la compañía. Desde el presidente hasta el chaval que se ocupaba de los recados, todo el mundo leyó la dichosa notita.

Visto el empeño que la muchacha mostraba en el tema, parecía como si toda su familia hubiese fallecido víctima del ciclón. Pero no, claro. Ella poseía esa temible mezcla de afán de protagonismo, combinada con un puntito de fanatismo por ciertas causas y ese aire de superioridad moral que se gasta este tipo de gentecilla que se cree por encima del bien y del mal. Y todo ello aderezado con un carácter infernal y aspecto a caballo entre un gnomo y la señorita Rottenmeyer. Adorable de pies a cabeza.

Y claro, llegó la hora de la recaudación.
Ni corta ni perezosa estableció un mínimo, según su particular criterio, que por supuesto a todos nos parecía demasiado. Como suele suceder en estos casos, la mayoría de la gente por no enfrentarse, por falta de decisión o valor, por quedar bien o por no tener que aguantar su careto diariamente ante una negativa, aceptó la propuesta y soltó la pasta, no sin antes criticarla y despotricar como hacemos los españoles, en la sombra. ¡Para qué hacerlo a la cara!

Todos, menos yo. Cuando tocó el turno de desfilar por mi despacho le dije simplemente que yo no colaboraba. Su mirada inquisitoria y penetrante se topó unos segundos, que a las dos se nos hicieron eternos, con la mía a la espera de una excusa convincente por mi parte que, por supuesto, jamás llegó. Porque yo no suelo dar explicaciones, casi nunca y a casi nadie, y mucho menos a personas que no forman parte de mi más estricto círculo personal.
Y lo que no tolero jamás es que nadie me sugiera en qué debo gastar, invertir o donar mi dinero.

Cada persona tiene sus razones personales, legítimas e intransferibles para hacer o dejar de hacer ciertas cosas. Razones que los demás ignoramos pero que cuando no coinciden con nuestros intereses, criticamos sin medida, arrojándonos a degüello del que no te sigue el juego; su juego.

Su comportamiento conmigo después de ese incidente no me sorprendió. Como corresponde a todas las personas pequeñas, insignificantes, inseguras y orgullosas, me ignoró y me retiró la palabra, amén de poner un anuncio luminoso en toda la empresa encargándose de que no quedara nadie sin saber que yo era la única que me había negado a colaborar. En vez de tratar de averiguar la causa, a solas conmigo en una conversación. Pero eso hubiera sido pedir peras al olmo.

Curioso que muchos años después me pidiera amistad en alguna red social con un mensaje de alegría inmensa por reencontrarme. Nunca supe si era falta de memoria o la personificación de la hipocresía hecha materia humana. Por supuesto, acepté su petición.

Y a estas alturas del texto os estaréis preguntando por qué razón no contribuí ni con un céntimo.
Hace más de 25 años que dono una cantidad a Cruz Roja. Cantidad que he ido aumentando con el paso de los años y según mi disponibilidad financiera en cada momento. Ni tan siquiera en épocas económicamente muy difíciles para mí o incluso en las que he estado sin trabajo, se me ha pasado por la cabeza eliminar esa donación. Aunque me hiciera falta. He prescindido de otras cosas alegremente. No es una cantidad elevada ni tampoco una miseria, pero es lo que puedo ofrecer y me siento bien haciéndolo porque me sale del corazón.

Yo colaboro todo el año, independientemente de las tragedias puntuales que nos puedan salpicar a todos, que siempre las habrá. No necesito limpiar mi conciencia con nada. Hago lo que puedo, cuando puedo y con quién quiero. Duermo muy tranquila sabiendo que salvar al mundo no es mi misión diaria porque para eso ya tenemos a estos iluminados. ¡Y qué felicidad!



miércoles, 8 de noviembre de 2017

RESEÑA DE SILENCIOS CANTADOS


RESEÑA DE SILENCIOS CANTADOS


Es domingo y en Madrid el frío se nos ha echado encima sin permiso, después de un otoño camuflado de estío que yo quisiera eterno. El día invita a sofá, manta, un buen libro o una película pero el destino, siempre travieso, me reserva otros planes para esta tarde de noviembre.

Me sacudo la pereza y decido acompañar a varios amigos a ver un espectáculo del que sé lo justo. No he mirado críticas ni he solicitado opiniones; nunca lo hago. No me gusta llegar contaminada de comentarios camuflados en forma de elogios o de ataques, que fluctúan según el interés. Tampoco leo a los especialistas en la materia, que diseccionan el espectáculo con escalpelo y terminan por convertir su lectura en una autopsia preñada de tecnicismos que ni comprendo ni quiero comprender.




Yo sólo entiendo de lo que me araña el alma y con eso me es suficiente. Silencios Cantados, que así se llama la obra escrita y representada por María Villarroya, lo hace con creces. Y ahora, os cuento las razones.
El teatro Réplika se convierte en el epicentro escénico de este tsunami emocional que no deja indiferente ni aunque quisieras. Un espacio con aforo para unas 160 personas, íntimo, acogedor, igual que el salón de tu casa pero desprovisto de cualquier ornamento que desvíe la atención de lo que realmente importa. 

El talento nunca ha necesitado escaparates pomposos y este es un ejemplo clarísimo de ello. Se apagan las luces e irrumpe María en escena como un terremoto que, sin previo aviso, hace tambalear tus cimientos interiores con magnitud máxima en la escala de Richter. Y ahí se acaba y empieza todo. María es la protagonista, el escenario, el público y la música. El ángel y el demonio. La paz y la guerra. La derrota y la victoria. El quiero, el puedo y el debo enzarzados en una cruenta batalla. El corazón y la cabeza igual que dos bandas callejeras disputándose el territorio. Una perfecta dicotomía que cambia de registro en el tiempo en que aleteas tus pestañas y te lleva de viaje en primera clase con compañeros de vuelo como el amor, la desgana, la ironía, el dolor, la esperanza, la pérdida, la risa, el valor…

Cierto que había echado un vistazo a su libro, deteniéndome en algunos textos. Imposible leer rápido un ejemplar de casi dos kilos y con un contenido que necesita dos vidas para ser interiorizado, pero es absolutamente incomparable lo que te hace sentir al escucharla cantar, hablar y actuar.  Que tiene una voz portentosa es tan obvio que me resulta un ejercicio perezoso el tener que mencionarlo, pero no solo basta con eso. Harta de escuchar gente que canta bien, pero sin alma. No es el caso de Villarroya. Todo lo contrario. 

Se nos presenta dulce, vestida con un sencillísimo vestido de línea minimalista, sin joyas ni maquillaje y un discreto moño y  por unos instantes puedes caes en la trampa inicial de pensar en cierta fragilidad y mucho candor. Nada más lejos de la realidad. Durante hora y media no da tregua al espectador, que pasa por todos los estados anímicos a golpe de mirada, pregunta a bocajarro o esos textos de sus canciones que, insolentes, nos formulan preguntas incómodas y nos obligan a expatriarnos de nuestra zona de confort.

En un mundo colonizado por la mediocridad, en el que casi todo está dicho, escrito y hecho, yo no soy rastreadora de innovación, pero sí tan admiradora como perseguidora de la excelencia. Ella inicia la función diciendo que es una oficina de objetos perdidos. Yo añado, también, de objetos hallados. Los que yo encontré esa tarde en la figura de María. Excelsa, cercana, valiente, arrolladora, inteligente, diferente. Una auténtica diva vestida de la más absoluta normalidad. Eso sí que es peligroso.

Este mes, ella y su deliciosa obra, traspasan fronteras y apuestan (y arriesgan) por Buenos Aires. Aunque el riesgo lo es mucho menos si quien produce y conduce esta aventura es alguien como Mikel Barsa, una auténtica leyenda viva que tanto ama la música y ha hecho por ella a nivel mundial. Un genio, un sabio musical al que admiro por su trayectoria y su entrega a la causa. Y porque me da la gana, también.  Me atrevo a apostar por este caballo y su jinete con la seguridad de ganar.

Da igual Madrid, Buenos Aires, Tombuctú o Júpiter, al final la música, la palabra y el amor son elementos y emociones comunes a todo ser humano que nos enlazan y nos globalizan, nos empujan y nos dan alas, siempre presentes en cualquier ecuación. Esas cosas sencillas que nos ayudan a vivir, a ser un poquito más felices y que, a veces, encontramos en nuestra particular oficina de objetos perdidos; el corazón.

¡Muchos éxitos, María!

Autora del texto: Susana Cañil





jueves, 26 de octubre de 2017

LOS MEJORES BUÑUELOS DE VIENTO DE MADRID


LOS MEJORES BUÑUELOS DE VIENTO DE MADRID

Comer buñuelos de viento es una tradición española ligada al Día de Todos los Santos.
Se desconoce el origen de este delicioso postre, pero la leyenda dice que con cada buñuelo que uno se come, se salva un alma del purgatorio.
Sea verdad o no, lo cierto es que están deliciosos y cualquier excusa es bienvenida para comer este dulce que a nadie deja indiferente.

Eso sí, no todos están ricos. La elaboración, la materia prima, la calidad y cantidad de sus rellenos y la técnica para rellenarlos, diferencia claramente su sabor y su precio. Cuatro emblemáticas pastelerías de Madrid se llevan la palma en este dulce.



PASTELERÍA DEL POZO 

CALLE POZO, 8 

MADRID 

METRO SOL

TELÉFONO: 915 22 38 94



Empiezo con esta pastelería porque con solo nombrarla, me transporta de inmediato a mi infancia. Todos los domingos mi padre me llevaba allí y casi siempre comprábamos lo mismo: un pastel de hojaldre relleno de crema que os recomiendo probar.

Fundada en 1830 es la pastelería más antigua de Madrid (en realidad abrió sus puertas en 1810 como panadería) y tanto su fachada exterior como el interior, mantienen intacto su aspecto original.




Y casi me atrevería a decir que es la mejor pastelería de la capital.

Son famosos sus roscones, elaborados sin fruta escarchada y sin relleno, o sus torrijas de bizcocho rellenas de crema que podemos encontrar durante todo el año. Presumen de una pastelería rústica, no fina.

En cuanto a sus buñuelos mantienen los rellenos tradicionales que tanto les funcionan: crema, nata, chocolate, cabello de ángel o café.

No es barata, pero la calidad tiene un precio que la gente debe saber entender.

Para mí, un lugar indispensable.   






CASA MIRA 

CARRERA DE SAN JERÓNIMO, 30 

MADRID

METRO SOL Y SEVILLA

TELÉFONO: 914 29 88 95


El mejor turrón de España, elaborado de forma totalmente artesanal, se encuentra en esta emblemática casa fundada en 1855.

Luis Mira, confitero de la ciudad de Jijona, decidió probar suerte y establecerse en Madrid. Cuentan que subido a un carro lleno de turrón emprendió viaje hacia Madrid, pero tuvo que regresar cuatro veces, porque lo vendía todo antes de llegar a Albacete,  debido a que estaba riquísimo.

Su altísima calidad y su elaboración a mano, hacen de esta mítica casa un lugar de peregrinaje para todos los golosos venidos de todas partes del mundo.

Aunque tienen todo tipo de confitería, se han especializado en dulces navideños que puedes adquirir prácticamente durante todo el año.

Sus buñuelos de viento no son menos famosos por su textura y exquisitez. Trabajan los sabores tradicionales, que son los que más adeptos tienen.


Como dato importante decir que sirven a Casa Real.






NUNOS
  
CALLE NARVAEZ, 63 

MADRID

METRO IBIZA

TELÉFONO:  914 09 24 56

Su dueño lleva toda la vida haciendo buñuelos,  su verdadera pasión, aunque su profesión sea algo tan alejado como  la de arquitecto.

Durante dos años consecutivos, 2009 y 2010, ganó el premio de los mejores buñuelos de toda la Comunidad de Madrid. Por algo será.
Es de la vieja escuela. Todo artesanal, calidad extrema, nada de masas congeladas y de acelerar los procesos a base de porquerías.
Pero a la vez no deja de innovar. Hace dos años incorporó sus buñuelos con rellenos líquidos, por lo que los que prepara así, se deben comer en un solo bocado.




¿Qué sabores nos podemos encontrar en su interior? Sidra, Coca Cola, yogur, mandarina, horchata, gin tonic, chocolate blanco caramelizado con galletas o el de  Red Bull cuyo exterior es de color azul. Los clásicos sabores también están incluidos para los más conservadores.

Cuenta que el secreto de un buen buñuelo es no usar más de tres veces el aceite con el que se fríen, no escatimar con el relleno y utilizar ingredientes de calidad. Vamos, pura lógica.

Aboga por todos los dulces españoles y no oculta su rechazo por lo foráneo. En su tienda no te vas a encontrar con cupcakes ni nada parecido, tan de moda ahora.




EL RIOJANO 

 CALLE MAYOR, 10 

MADRID

METRO SOL

TELÉFONO:  913 66 44 82

Fundada en 1855 por el pastelero personal de la reina María Cristina de Habsburgo, natural de la Rioja de donde proviene el nombre de la pastelería.

Cuentan que la propia reina le ayudó a establecerse. El mostrador, la madera de caoba y el escaparate provienen de Palacio.

Todos sus dulces son elaborados a diario en el horno propio del que disponen, justo detrás del salón de té.





El Roscón de Reyes lo puedes encontrar los 365 días del año.





lunes, 16 de octubre de 2017

RESTAURANTES ESCONDIDOS EN MADRID

RESTAURANTES ESCONDIDOS




ZHOU YULONG

PLAZA DE ESPAÑA, S/N

MADRID

METRO: PLAZA DE ESPAÑA

TELÉFONO: 915 48 21 03

Más conocido como el “chino secreto de Plaza España”.

Situado en el pasadizo del parking de Plaza España, se encuentra este mítico restaurante, todo un clásico en Madrid. Sí, reconozco que la primera vez que vas, produce hasta un poco de miedo. Parece sacado de la película Blade Runner. En un parking poco transitado y un local absolutamente decadente que continua igual desde hace años.





Bien, os aconsejo que no os dejéis llevar por las apariencias.

¿ No sabes dónde está ? Cierras los ojos y te dejas llevar por el olor que ya desde la calle inunda tu pitutaria y que te va a guiar  derechito al subterráneo, del que ya no podrás salir sin querer probar su comida.
Sus mejores armas: precios ajustadísimos y una comida de alta calidad. Muy china. Sí, lo que oís. Nada de sabores adulterados. Auténtica comida china es lo que van a encontrar los que gusten de este tipo de gastronomía.

El local es muy pequeño y la carta poco variada. Siempre hay colas para almorzar y cenar, señal inequívoca de que la gente regresa por su calidad.

Pollo con verduras, costillas de cerdo con toque de jengibre o sus exquisitas empanadillas.


NOTA: Puedes pedir la comida para llevar.


VAOVA

PLAZA DEL HUMILLADERO, 6

MADRID

METRO: LA LATINA

TELÉFONO: 913 64 10 47

En pleno barrio de La Latina, un local con aspecto tan normal que pasaría desapercibido, acoge una tienda de muebles antiguos por la mañana.
Pero por la noche se transforma en un bar de copas en su planta de abajo.

Decoración étnica, música chill-out,  sofás y luz tenue en un sitio no especialmente espacioso y en el que inflan un poco el precio de las copas. Tomes lo que tomes, te va a costar 10 euros.

Las mesas separadas por cortinillas, ofrecen intimidad, aunque suele estar bastante lleno.


Curiosidad: según la web de contactos Ashley Madison, ocupa el primer lugar en el ranking de sitios en Madrid preferido por los infieles.





LA BODEGA DE LOS SECRETOS

CALLE SAN BLAS, 4

MADRID

METRO: ANTÓN MARTÍN

TELÉFONO: 914 29 03 96

Este restaurante está situado en lo que fue la bodega más antigua de Madrid, en pleno barrio de Las Letras y a pocos metros de donde vivieron Quevedo y Cervantes.
Pasadizos, hornacinas, paredes de piedra vista conservadas en su estado original y una misteriosa atmósfera rodeada de 400 años de antigüedad, conforman un marco de lo más atrayente para no dejar pasar un sitio así.




El lugar es simplemente espectacular y su cocina no se queda atrás. No poseen una amplia carta, pero cuentan con una oferta variada de comida mediterránea de calidad y bien presentada.

Pocos sitios pueden ofrecerte la magia  de sentarte a comer en una bodega del siglo XVII y en donde mezclar historia, gastronomía y vanguardia es todo un deleite para los sentidos.

 
LA CÚPULA

CALLE SANTIAGO, 18

ALCALÁ DE HENARES

MADRID

TELÉFONO: 918 80 73 91

Simplemente por el enclave en el que se encuentra, ya merece la pena una visita.
Como ya su nombre desvela, está emplazado en el interior de la cúpula de lo que fue una iglesia, el antiguo convento de los Capuchinos, cuya construcción data de 1618.  Imponente el espacio. También la decoración y la acústica.




Carta de comida tradicional, pero no por ello menos exquisita: espárragos trigueros asados con sal gorda, croquetas, solomillo de cerdo, arroz caldoso con bogavante o el clásico cordero asado.
El precio no es barato, aunque tampoco excesivamente caro. Pero una velada bajo esos techos y en ese entorno...en fin, como dijo Enrique IV de Francia, París bien vale una misa.

Sugerencia: Pasar todo el día descubriendo la historia, los monumentos y las anécdotas de  esta maravillosa ciudad que todos los madrileños tenemos a tiro de piedra.


EL VAGÓN DE BENI

CALLE SAN MACARIO, 5

HOYO DE MANZANARES

MADRID

TELÉFONO: 918 56 68 12

Un antiguo vagón del año 1931 comprado en los desguaces de Renfe y transformado por su dueño en un original y elegante restaurante.
Este vagón, que hacia el servicio de Correos se convierte en una romántica propuesta hostelera en la que con un mínimo de imaginación, creerás viajar en el legendario Orient Express.



El exterior del restaurante está ambientado como si fuera un apeadero con un reloj de agujas antiguo, de esos que ya solo puedes encontrar en estaciones muy antiguas.

En 2006 el dueño adquirió otro vagón de menores dimensiones (se dice,se rumorea, que en él viajó Alfonso XII) y lo habilitó como comedor privado al que solo se accede con cita previa.

En su carta, con platos que varían cada temporada,  podemos encontrar vieiras salteadas, hígado de pato asado, cocochas de bacalao o atún con boletus.


Nota: para los días invernales disponen de una salita de estar con chimenea para las sobremesas, de la que no querrás salir.